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Tiermes

Girando sobre el cielo

Girando sobre el cielo

Que el cielo gira ya lo ha dicho Mercedes Álvarez. Lo único que eché en falta en la película fue la silueta de algún abanto sobrevolando, majestuoso, el cielo del celuloide. Los buitres son aves carroñeras que despiertan pocas simpatías y arrastran leyendas de mal augurio bajo sus alas. Sin embargo, antes de que llegaran los parques eólicos que giran como relojes amenazadores en el horizonte mesetario, el abanico de sus alas era el sonido y la imagen que mejor representaba el sosiego sobre las colinas de grano. Alrededor de Montejo existen varios enclaves donde los riscos son suficientemente pronunciados como para albergar una colonia de buitres leonados. A la derecha de la carretera una vez pasado el municipio de Liceras, o al otro lado del río tras dejar atrás las ruinas de Tiermes, o incluso en Montejo, bajando los callejones del río. Acompañando a este, las paredes siguen los meandros resecos. Y pensar que hasta hace sólo unas décadas las mujeres del pueblo bajaban hasta allí para lavar la ropa. Del río ahora no queda ni agua. Hace algún año mi madre tuvo la ocasión de verlo formando un torrente por unas lluvias que hicieron asomar caracoles y setas. Me dijo que no lo recordaba así desde niña. El rastro, sin embargo, es evidente. Los álamos se empeñan en crecer en la antigua orilla y el surco que dejan entre las dos hileras es el camino que fue del agua. Los humedales con ranas se encuentran en las hondonadas forzándonos a mojarnos los pies o a abandonar el lecho del río si queremos seguir la excursión. Si hemos sido silenciosos y salimos de la espesura de los álamos una pradera nos separará de la pared donde los buitres tienen su morada. Cuando llueve vemos perfectamente las cascadas que han ido dibujando las cavidades de esa roca ocre y arenosa. Aunque al principio no distingamos a los animales, las manchas blancas que caen desde las terrazas nos indican que aquello es una morada. Los buitres se asoman tímidos y sin prisa por salir para ser fotografiados. Un consejo es el de mantenernos quietos frente el gran frontón de piedra. Estirarnos en el suelo y esperar con los prismáticos preparados. El silencio, por si no lo he dicho, es la presencia primordial en este enclave, así que podemos espiar el viento que antes de llegar se anuncia en las hojas de los álamos temblones o el zumbar de mil insectos. Tal vez, con suerte, escuchamos en el bosque cercano los gruñidos de algún jabalí, y por último, el sonido que calla a todos los demás: uno de los buitres abre las alas y salta desde su terraza, parece que no va a remontar el vuelo, agita sus pesadas alas justo encima de nuestras cabezas y mientras se alza por encima de la copa de los árboles, hemos escuchado el batir de sus alas, la suavidad de sus plumas acariciando el aire, el pacto que las hace criaturas de los cielos.

1 comentario

Termestina adoptada -

Has reflejado perfectamente el bienestar que se siente cuando se esta debajo de esas aves, es increible ver como vuelan encima de ti, o como si esperas las puedes ver salir de sus dormitorios en la roca.
Llevo varios años pasando mis días de verano en Tiermes, y te envidio tú que has podido disfrutar de ese cielo toda tu vida.
Por el día las nubes son alucinantes y por la noche, las estrellas y la luna indescriptibles.
Adoro la música de esa comarca, la melodía de los árboles con ese viento que te da la vida.