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Tiermes

Trazas una línea, y se forma un muro

Trazas una línea, y se forma un muro

226.000 kilómetros de líneas, ese es el censo oficial, o así lo indicaba la exposición Fronteras, del CCCB. Una cifra que, como la de muertos por hambre en el mundo, o la de los presupuestos militares, rebasa la capacidad de abstracción humana. Distancia inabarcable, en todo caso, para las piernas, nada abstractas, de cualquier persona en toda su vida.
El mapamundi visto desde arriba, cuarteado por meridianos y paralelos, y descuartizado por las paredes invisibles de las fronteras, semeja la imagen de un laberinto cuyos ángulos no llevan a ningún sitio. Las puertas sólo aparecen por arte de magia, ábrete Sésamo, bajo el influjo de un visado patrocinado por una tarjeta Visa.
El inventario de fronteras cerradas como heridas abiertas, era de 11. Por su original puesta en escena destacaba la bautizada “OcenMaleconDrive” en la que se contraponían dos grandes paneles en un largo pasillo, estampado cada uno con una imagen del Malecón de La Habana en contraposición a la del Ocen Drive de Miami. De por medio, en el mar-suelo, mensajes de una y otra índole, iconografía del Che y del Tío Sam. Había, por supuesto, un espacio dedicado al muro israelí, la madre de todas las fronteras, la placa tectónica que no cesa de rozarse y de escupir muertos y fuego; estaban las murallas de púas y de alambres en nuestras españolísimas Ceuta y Melilla; estaba Cachemira; estaban las fronteras que aparecieron de la noche a la mañana tras la caída de la URSS; estaba la hermética línea que parte Corea en dos; estaban los espaldas mojadas que desafían la muerte en el desierto de Arizona, y las planchas que el gobierno de los EUA utilizó para que aterrizaran sus aviones durante la guerra del Golfo Pérsico, y que ahora cortan el mar de Tijuana para que no lo crucen más que las gaviotas; estaban los gitanos que no conocen fronteras ni falta que les hace; estaba el silencioso muro que Marruecos levantó en el desierto para persuadir a los saharauis de que no volvieran a sus tierras; estaban las arrugas de las madres que esperan en la puerta de sus casuchas el regreso de su hijo guerrillero.

2 comentarios

el de tiermes -

y es que el único cerco que vale la pena es el de los abrazos. ahí va el mío.

berlangués -

Hay muros por todas partes. Esta mañana escuchaba la que se está liando otra vez en París, donde los segregados viven al otro lado de una linea que no está pintada ni se ha edificado un muro, pero no por eso es menos cruel, como aquel muro que separa el colesterol de la anemia.
Un abrazo.