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Tiermes

Las antípodas

Las antípodas

Mientras tanto otra pareja de amigos, Ricardo e Isa, había cruzado el charco para adentrarse en la Patagonia. Habíamos cruzado varios mensajes sobre la semejanza del paisaje de camino al Gobi y el suyo de camino a Tierra de Fuego. Según una historia que explicaba Wong Kar-Wai en Happy Together, si eras capaz de llegar al faro de la punta del cono sur y susurrar al viento tus pesadillas, estas se perderían para siempre, como si cayeran por la línea del horizonte dibujado en un mapa del medioevo, abismo donde las aguas se precipitan. A miles de kilómetros de distancia, sobre la estantería del café internet donde me escribía con ellos, encontré un globo terráqueo que daba la razón a Galileo, allí descubrí que Mongolia y Argentina estaban en las antípodas la una de la otra, la suela de mis botas sobre las suelas de las mis amigos con el corazón del planeta de por medio. “por favor, avisa por ahí, que si dais todos un salto a la vez aquí habrá un terremoto” me dijo Ricardo, “no te preocupes por ello. Esto está tan despoblado y hace tanto viento que si saltaran todos se irían volando, como las águilas que nos saludan al pasar” le contesté.
El mundo al revés. En el hemisferio sur apretaba el invierno, y a nosotros nos calentaba el sol del verano. Topamos con flores en el desierto y con gaviotas en un lugar donde no han visto el mar más que en postales. Las dunas cantan y las estrellas fugaces traen malos designios. Suerte que hay tantos ovoos como estrellas, y en cada uno dejamos nuestras ofrendas.

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