El cielo en llamas
Cuentan los que estaban presentes que el cielo pasó del negro al rojo como tizón que se vuelve brasa. ¡Que se quema el cerro, que se quema el cerro! gritaban los niños, y los mayores trataban de quitarle hierro al asunto por no reconocer su propio espanto.
Corría el año cincuenta y pico. El atardecer colorado se había sucedido en las dos o tres eternidades de edad con las que contaba la comarca, pero aquel color tenía poco que ver con el de la melancolía, parecía, más bien, la luz del ocaso. El definitivo.
Un paisano subió la cuesta hasta la curva, allá donde se pierde la vista de las caballerías cuando iban a la feria del ganado. Detrás está el monte, las encinas, los lobos, y aquella noche, las llamas del infierno. El resto de vecinos se quedó en la protección del hogar rezándole a la Virgen. O a San Pedro: había en casa un cuadro que parecía encantado. Te movieras por donde te movieras de la sala él te seguía con la vista. No te podías esconder. Ahí se lo llevó un anticuario disfrazado de trapero. Lo malvendimos, como todo. Se lamentaba mi abuela. Creo que ha sido el fenómeno más extraordinario que he escuchado por aquellos andurriales, los ojos de aquel santo, quiero decir. Nadie me ha hablado de fantasmas, de hechizos, ni de brujas (aunque haberlas, hailas, ¡vive Dios!), y lo del cuadro era una hipérbole para resaltar el buen oficio del pintor. Lo del cielo asustaba, pero a nadie se le ocurrió otra cosa más allá de un incendio aunque cuando vino el explorador dijo que no había llamas. ¿Y qué había de ser, si no? Por otro lado, si no había llamas no quemaba, y si no quemaba no se perderían las cosechas, ni las bestias, ni las casas, por lo que podían dormir tranquilos. Y así se acostó el pueblo. Realista hasta el hartazgo, bendito en su sensatez.
La verdad es que no llegué a descubrir nunca qué es lo que había iluminado el cielo de tal manera. Cuando les pregunté me contestaron sin complejos que fue la aurora boreal. En realidad este es un fenómeno que generalmente se da en los polos, aunque raramente también puede darse en otras zonas. Probablemente fuera algún otro fenómeno atmosférico, y también probablemente su relato es más espectacular que lo que en verdad se vivió, pero en un lugar y un tiempo en el que el realismo mágico era una bombilla eléctrica, tal y como diría Manuel Rivas, una lluvia de estrellas debía de ser un verdadero prodigio.
1 comentario
Diario de un burgense -
Saludos.