Lo grotesco, después de Carnaval
En mi cuartilla de párvulo la Cuaresma era una vieja alcahueta que tenía siete patas y en la mano un pescado enorme con el que había destronado al pobre rey Carnal. La derrota, como cualquier golpe de estado, sumía a los ciudadanos en una nostalgia cenicienta cuyo único consuelo era arrancarle las patas a aquella Celestina de malos humores. Una por cada semana. Otros regímenes no otorgan ni siquiera este atesoramiento de la esperanza, pues la vida de sus líderes se eterniza hasta incluso después de su muerte. Pero se van a joder, y no van a conseguir acabar con mi penúltima sonrisa. Habrá llegado Cuaresma, pero los paseos cada vez se hacen más largos bajo la luz del sol. Cerezos y almendros ya están en la vanguardia mostrando sus flores y dentro de poco estornudaremos ante la orgía del polen en el aire.
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