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Asco

Cuando me hablaron de la brutalidad con la que los regímenes se habían ido sucediendo en Liberia no acababa de dar crédito. Para empezar me resultaba inverosímil que los afro-americanos descendientes de esclavos llegados a Monrovia en el siglo XIX fueran a practicar la única forma de sociedad que hasta entonces habían conocido: el de la esclavitud, y que para colmo, antes de que los afrikáners inventaran el apartheid en Sudáfrica, ellos ya lo estuvieran llevando a cabo con las tribus locales. Cuando leí por mí mismo las páginas de Ébano me recorrieron escalofríos a cada párrafo. Ahorro la pormenorizada descripción de guerras, represiones y lista de dictadorzuelos y remito a la obra de Kapuscinsky, pero reseño el último episodio del presidente Doe muerto tras coserle a balazos las piernas y arrancarle las orejas mientras Johnson, su antiguo hombre de confianza, le pide que revele su número de cuenta bancaria. Esta escena dura en realidad 2 horas y está grabada en video por el torturador. El odio que había atesorado Doe entre sus súbditos era tal que la filmación de su agonía se vendía en los mercados de Monrovia y los bares que se lo podían permitir lo tenían continuamente en la pantalla para regocijo de sus clientes.
La mañana del viernes, leyendo el periódico, topé con una noticia sobre Chechenia, esa otra guerra que tampoco existe. En el mercado negro de Moscú se vendían cintas de violaciones de mujeres chechenas a manos de soldados rusos, o atentados perpetrados contra estos últimos. Para todos los gustos, vamos. Después está lo de los adolescentes con móviles que se dedican a grabar las palizas que propinan a indigentes o compañeros indefensos y a uno le dan ganas de emigrar bien lejos. A Mongolia, por ejemplo, que es tres veces España y tiene menos de 3 millones de habitantes.

1 comentario

Gemma -

Joder, tío. Tiene razón Kundera: entre víctimas y verdugos, cualquiera de los dos podría estar en el puesto del otro.