El Doctor Zhivago
Ya no se puede llegar a Soria en tren. Al menos desde Barcelona. Desmantelaron la línea hace años por su bajo rendimiento y ahora las vías se aparecen como huellas de arado sembradas de amapolas. Al cruzarlas con el coche por la curva de San Esteban un reflejo te hace mirar a uno y otro lado con la misma mirada con la que uno se asoma a las ruinas de Numancia, Uxama o Tiermes. Esta tierra está llena de huellas de dinosaurios extinguidos, de cañadas reales por las que ya no circula el ganado al llegar los meses de la trashumancia.
Al tren lo substituyó un autobús de línea que debía cumplir el mismo recorrido, de Barcelona a Salamanca. La compañía que se hizo con la explotación de la línea mantuvo el nombre de RENFE y le añadió el del dueño, supongo, o el del santo del día, quién sabe: RENFE-Iñigo, y mantuvo, eso sí, su elevado precio respecto a los transportes rodados logrando que un trayecto más largo, Madrid-Barcelona, por ejemplo, sea más barato que el billete de Soria a Barcelona. Falta de demanda que haga la línea rentable, dicen, ventajas de los monopolios, digo yo.
El viaje, pese a todo, no puede ser menos que dichoso. En la estación del Norte de Barcelona uno puede entretener la espera jugando a adivinar quiénes serán sus vecinos de viaje. Los autobuses salen para toda Cataluña, toda España, Europa, e incluso alguno cruza el estrecho, pero cuando llega la hora uno confirma o se da cuenta del error en sus pronósticos, pero es fácil acertar más de uno y de dos en la quiniela. Ese castellano seco y cortante al hablar, socarrón e ingenuo a un mismo tiempo, esa mirada un tanto desubicada, como de acabar de salir del pueblo aunque lleven treinta años en la ciudad, pero al mismo tiempo capaces de llegar a Plutón y de hacerse un hueco.
Lo que me gusta del viaje es mirar por la ventanilla. Tengo aprendido el paisaje, pero nunca me cansa. Sólo el regreso, pero ese es otro tema. La ida, sin embargo, también tiene sus inconvenientes. Sólo hay un horario de mañana y las paradas están pensadas para el destino final, por lo que al llegar a la capital de Soria el conductor hace una parada de tres cuartos de hora para comer, y tú allá con la miel en los labios, en uno de esos edificios sin gracia ni esmero, esperando a que arranque de nuevo hasta San Esteban donde alguien te estará esperando para llevarte al pueblo. Añoro, sin haberla conocido, la estación de ferrocarril donde David Lean rodó las escenas del tren del Doctor Zhivago, Soria convertida por un momento en escenario de bolcheviques y revolucionarios.
Pero no hay mal que por bien no venga, se suele decir, y hasta esa espera es bienvenida. Y es que el bar de la estación no es una franquicia de sándwiches y máquinas de refrescos, es una cafetería con camareros encamisados, de chaleco y delantal, de los que se pasan a voces de la barra a la cocina lo que el cliente les ha pedido. Y la estrella indiscutible son los torreznos: corteza de cerdo, panceta, no sé qué otro nombre darle, lo que sí sé es que son inigualables y no aptos para enfermos de colesterol, pero ideales para soportar las tareas del campo a las temperaturas con las que allá rige el clima, y claro, allá donde fueres, haz lo que vieres, que dice otro refrán, y seguro que Zhivago y Lara Antipova se abrían dado ese pequeño respiro entre tanta convulsión.
3 comentarios
poema -
Diario de un burgense -
;-)
Diario de un burgense -