Shangai Express
Al poco de empezar el otoño mis padres fueron al pueblo con la excusa de buscar setas y lo que buenamente encontraran. De regreso me trajeron de todo: patatas del huerto, berros del río, setas y níscalos del robledo, y lomo, chorizo y panceta como para echar por tierra cualquier dieta equilibrada. Con semejante despensa más de una mañana varié mi costumbre y en lugar de ir a un bar y pedir un bocadillo me lo llevaba hecho y pedía solo la bebida. Pero el frío avanza, y cualquier mañana de sol es bienvenida, así que en una de estas decidí zamparme los torreznos a plena luz en un banco de la calle. Trabajo cerca del Hospital Sant Pau y de una mutua, por lo que el paisaje del ensanche está poblado por tres grupos bien diferenciados: los vecinos de un barrio corriente, con sus compras, sus prisas y sus cavilaciones cotidianas; los turistas que suben desde la Sagrada Familia con la cámara en ristre; y los abueletes y convalecientes que pasean sus dolencias de la mano de sus acompañantes. El banco que elegí para mordisquear mi ágape estaba vacío de gente y lleno de sol, pero al poco vinieron a hacerme compañía tres abuelos con sus respectiva comitiva de cuidadores. Se pusieron a charlotear distrayéndome hasta que decidí abandonar el periódico y prestarles un poco de atención. No sé cómo sucedió exactamente, estas cosas suceden como un chasquido en las vías del tren que el guardagujas ha decidido mover. Uno de los abuelos, que iba sentado en una silla de ruedas, calada la boina y moviendo las manos casi tan rápido como su lengua, me preguntó a bocajarro si estaba bueno lo que estaba comiendo. Pues sí, gracias, ¿gusta? Me dijo que no, que gracias, e inmediatamente después me preguntó de dónde era. Esta es una de esas preguntas que me permito responder mintiendo: ¿a quién demonios le importa si nací en Barcelona? De Soria, dije, y la tuvimos montada. El paisano era del norte, yo del sur, ninguno había puesto el pie en el pueblo del otro, pero los dos los conocíamos de oídas y habíamos estado por la zona. Él, por si acaso, me preguntaba que si no había estado en las fiestas de su pueblo, no, no he estado, y volvía con que si no había ido a los toros en su pueblo, y así una tras otra. En el grupo había una mujer que también era de la zona. Cuando se enteró de que no había estado en los San Juanes de Soria me dijo que tenía que ponerle remedio, y rápido, que se me pasaba la edad para esas fiestas, y se arrancó con una sanjuanera acabando de un plumazo con su argumento relativo a la edad.
Cometí luego el error de preguntarles desde cuándo estaban en Barcelona, y si ya tenían suelta la lengua se agarraron a la pregunta como a clavo ardiendo pisándose el uno al otro ante los ojos divertidos de sus acompañantes. Cuando yo llegué a Barcelona el tren paraba en mi pueblo dijo ella Menuda novedad añadió él aquel tren paraba en cada casa del camino, el Shangai Express , le llamaban, porque el viaje se hacía largo como si fueras al otro extremo del planeta. Siguieron hablando solos, discutiéndose y enumerando una tras otra las paradas de aquel tren igual que yo podría cantar de memoria las paradas de la línea 5 del metro.
2 comentarios
http://berlanga.blogia.com -
Diario de un burgense -
por la pronunciacion castellana de la persona que me lo conto lo recordare como tren "El Changai".
Saludos.