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Tiermes

Cartuchos - II

Cartuchos - II

Entonces y todavía ahora tengo mis recelos con la caza. No acabo de verle la gracia a eso de disparar contra un bicho inocente, aunque reconozco que cuando compro en el mercado estoy pagando para que otro haga el trabajo sucio. En todo caso está claro que no tengo la sangre fría del matarife, una vez pesqué un sardo, y de sólo mirarlo enganchado al anzuelo estuve una semana entera comiendo verdura. Pero ese es otro tema. A mí, más que la caza me gustaba el campeonato de tiro.
Por un día veías a los adultos compitiendo entre ellos como si fueran niños: ¡Plato! La máquina soltaba un latigazo y el disco aparecía cortando el cielo. Un disparo tronaba y el disco, hecho añicos, se deshacía en el aire. Nadie salía mal parado, y cuando el concurso acababa el campo era nuestro. El tiro al plato, como la tanguilla o el campeonato de guiñote, se celebraba en fiestas, así que el campo ya estaba segado y podíamos correr entre los surcos de los tractores sin que nos cayeran un par de sopapos. Parecíamos auténticos espigadores cuyo tesoro no lo constituía los restos olvidados de la cosecha, sino los discos que se habían salvado de los disparos y del impacto contra el suelo.
En verdad se salvaban pocos, porque los discos, que parecían platos por lo cóncavos, eran frágiles y negros como la pizarra. Si encontrábamos alguno entero jugábamos a la rana lanzándolo a las aguas tranquilas de nuestro mar de cebada. Con los cartuchos hacíamos colección. Sus colores nos hipnotizaban con la seducción que sólo tienen las cosas prohibidas de los mayores, y los escondíamos entre las piedras de un muro venido abajo, junto a un paquete de cigarrillos y las páginas arrancadas de algún interviú de los 80.

1 comentario

el de Berlanga -

evocadores estos cartuchos y los paisajes infantiles, que tambien son los mios. Salud