El rescate
La algarabía se contuvo cuando nos enteramos de que uno de los dos ocupantes se había herido gravemente. Las explicaciones de lo que había sucedido las dio el aprendiz que salió ileso, pero con un buen susto: el avión planeaba en busca de un lugar donde aterrizar, con la mala suerte de que el piloto no distinguió los cables de la luz entre los postes de madera. En la embestida arrastró el cable y arrancó un par de postes dejando al pueblo entero sin luz y perdiendo la estabilidad necesaria para tomar tierra, de modo que se fue al suelo de golpe. Ya existían los teléfonos móviles, pero en Montejo apenas hay cobertura, fue Julián el que logró llamar al SAMU de Madrid. Después todo pasó muy rápido. Todavía andábamos perplejos con lo sucedido cuando escuchamos el ruido de un motor más potente que el de una cosechadora. Se acercaba por el oeste un helicóptero de emergencias. Los pocos habitantes que aún quedaban en el pueblo se unieron al círculo de curiosos: ¿dos aterrizajes en el mismo día? Eso había que verlo. Sacaron al accidentado y lo instalaron en una camilla. El aire se había vuelto opaco del polvo y la paja que levantaban las hélices. Las voces callaban sepultadas por el fragor y por la expectación del rescate. Cinco minutos después el helicóptero volvía a alzar el vuelo y desaparecía en el horizonte; la escoria volvía al suelo como los posos de una infusión y nosotros volvíamos a abrir los ojos sin miedo a quedarnos ciegos. El aeroplano roto como un juguete seguía allí confirmando que no habíamos tenido una alucinación colectiva.
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Gemma -