la ceniza
A don Bernardo, párroco de Montejo en la década de los 50, no se le conocía tacha alguna. Era estricto en la liturgia y no permitía entrar a la iglesia en manga corta ni a las mujeres in velo. Fuera del templo era el primero en remangarse la sotana y echar un partido de fútbol con los mozos del pueblo. Tuvo como monaguillo a mi padre, y de tan obediente y sensato que era lo quería llevar al seminario. Don Bernardo también era conocido por su carácter bromista. Cuenta mi padre que después del Domingo de Ramos le llamó el cura para pedirle los restos de la lumbre con la que en casa habían quemado los ramos en sacrificio. Con sus cenizas el Miércoles de ídem habría de ungir las frentes de los feligreses haciéndoles la señal de la Santa Cruz. Dicho y hecho mi padre se fue a ver a su madre, la Justa, para pedirle que rellenara una lata de chicharro con las cenizas. De vuelta a la sacristía don Bernardo descargó en él toda su ira:
- ¿Pero dónde vas, muchacho? Esto que me traes es miseria, dile a tu madre que te provea con el brasero entero y vuelve con él.
Y así volvió mi padre sin no poco disgusto.
- Madre, que dice don Bernardo que esto y nada son la misma cosa, que me dé las cenizas de todo el brasero.
Ahí se estuvieron discutiendo madre e hijo hasta que la Justa le abrió los ojos:
- ¿No ves, hijo, que te está tomando el pelo?
Todavía incrédulo volvió mi padre a la sacristía y se encontró a don Bernardo burlándose de él en compañía de un vecino. Si mi padre dejó su carrera a los altares antes o después de aquel momento, no lo sé ni él se acuerda, pero sea como sea yo que me alegro.
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oscar -
Retógenes -
Joanna -