El zapato de cenicienta (y III)
El abuelo las protegía con el mismo celo, pero sin triquiñuelas de ninguna clase. Santiago lo sabía bien: con el abuelo no valían juegos. Santiago era hijo del tío Herrero, y trabajaba en la fragua, pero como en el pueblo faltaba el dinero y sobraban las labores, pasaba temporadas haciendo de mozo ayudando a mi abuelo a labrar el campo. Santiago pretendía a Victorina, la mayor de las tres hermanas, pero se guardaba de ser indiscreto y cuando comía en casa apenas la miraba. En las fiestas todo era distinto, los mozos sacaban a bailar a las mozas, eso estaba claro como el agua, aunque los mayores se lo miraran todo desde la cuesta para ver donde ponían las manos los muchachos, y comprobar que la joven guardaba las suficientes distancias. En una de estas veladas a Victorina le empezaron a doler los pies y decidió ir a casa a cambiarse de zapatos. Los abuelos no estaban a la vista, Santiago les daría confianza porque habían descuidado la vigilancia, así que se fueron para casa pensando que allá se los encontrarían. Sin embargo, al llegar todo estaba a oscuras. Victorina pasó y subió a su cuarto, Santiago había entrado tantas veces en esa casa que no se le ocurrió quedarse en la calle, así que entró al portal. Mientras esperaba descuidado se abrió la puerta y entraron precipitadamente mi abuelo y detrás la abuela. Las palabras las esgrimió ella.
- ¿Y qué haces tú aquí?
- Esperando a Victorina.
- ¿Con la luz a oscuras?
- Era sólo un momento.
- Pues para tan poco rato bien podías haberla esperado fuera.
- Disculpe, señora Amancia
Pero Santiago apenas tenía oídos para escucharla, sólo ojos, y clavados al suelo, porque el abuelo se lo miraba con la boina calada, las cejas prietas y los ojos pequeños y encendidos. ¡Menudos humos tenía tu abuelo! rezuma Santiago cuando me explica la anécdota.
Conocí poco al abuelo. Se fue cuando yo era un niño, pero recuerdo que era chiquero, la seriedad se le debió reblandecer con los años. Jugábamos a los soldaditos en el portal de casa, sobre una mesa de madera que había labrado hacía muchos años. La abuela le sobrevivió todavía un buen tiempo, velando siempre por las buenas costumbres de sus tres hijas. Un día, en un baúl de la cámara me encontré las libretas que repartía la Sección Femenina, aunque podría decirse el modelo de educación que se practicaba por aquel entonces correspondía más a los tiempos de la República, al menos a los que retrató Lorca en la casa de Bernarda Alba.
5 comentarios
Joanna -
el de tiermes -
;-)scar
el de Berlanga -
El píncipe haría un casting en telecinco para buscar a Cenicienta. Se presentarían 27.000 candidatas que calzaban el número del zapato de cristal, y que pasarían divertidas pruebas de baile y pasarela, interrumpidas cada diez minutos para poner quince de publicidad. Después de meses de galas y nominaciones la ganadora declararía publicamente ser lesbiana y el principe moriría de pena.
Un suponer.
el de tiermes -
nada que ver, gracias al cielo!
Joanna -