Una tarde en el Prado - III
Lo narrativo en la pintura es tal vez el más simplista de los acercamientos a este arte, pero tal vez también sea el motivo primigenio que motiva las primeras manifestaciones, allá por las paredes de cuevas remotas, o más tarde como vía directa para explicar a la analfabeta plebe la vida y milagros de héroes y dioses, o episodios históricos y sagrados. Para un diletante como yo la anécdota histórica es un señuelo que funciona, y si partimos de esta base, la escena detenida por los pinceles entre las cuatro paredes de madera supone una caja de Pandora que ante nuestros ojos desarrolla el relato: la cabeza decapitada de san Juan Bautista en las manos de Salomé, Saturno devorando a sus hijos temeroso de perder su trono, lanzas erguidas proclamando la victoria sobre Breda
Sin duda el valor realista de la pintura perdió interés con la aparición de la fotografía desviando la atención más si cabía hacia cuestiones formales, pero mausoleos como el del Prado conservan una colección de arte desde la antigüedad hasta los albores de la modernidad, de modo que alberga un repertorio casi infinito de historias que se suceden por las paredes de salas y pasillos. Ante semejante despliegue, después de contemplar el Jardín de las delicias, del Bosco, o el Triunfo de la muerte, de Brueghel, donde el espectador podría detenerse hasta llegada la hora de cierre, y aún no habría desvelado todos los detalles de todas las escenas, más delirante cada una que la anterior, ¿qué podemos esperar de las innumerables salas que nos esperan con la mirada de Goya, Velázquez, el Greco, Rubens, Tintoretto y una larga lista que nos agotaría de sólo enumerarla? El mareo, la crisis nerviosa, el mal de Stendhal, si lo prefieren.
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Joanna -