Blogia
Tiermes

Con los ojos abiertos

La Fruta del tiempo

La Fruta del tiempo

"Si pones un termómetro para marcar las páginas de un libro, el
mercurio atrasará o adelantará según las sensaciones térmicas de tu
lectura. Andrejz y Eva acercaron sus labios para conocer la temperatura
exacta el uno del otro. Mientras la fruta maduraba ellos deshojaron la
margarita de sus sueños en cada gajo de mandarina.
No hay mecanismo
más asombroso que el corazón, pero tampoco tan impreciso."

Le ha costado madurar, pero por fin ha caído de la rama. Os presento La Fruta del tiempo.

¡Buen provecho!

Girándula

Girándula

girándula, según la Real Academia Española.

(Del it. girandola).


1. f. Rueda llena de cohetes que gira despidiéndolos.

2. f. Artificio que se pone en las fuentes para arrojar el agua con agradable variedad.

pero la acepción que más me gusta es la que le han dado mis amigos de Córdoba, unos amigos que no me merezco de lo majos que son, todo hay que decirlo:

3. revista cultural con mucho gusto.

que ustedes la disfruten: Girándula

Portbou

Portbou

Apenas un año después de que Antonio Machado cruzara la frontera de Francia huyendo de Franco, Walter Benjamin hacía lo propio en sentido contrario. Los dos murieron al poco de dejar sus respectivos países, aunque Benjamin, alemán y judío, hacía tiempo que había abandonado Alemania encontrando en Francia no sólo refugio, sino el lugar que le inspiró sus mejores ensayos sobre Baudelaire y la modernidad. Machado habría de dejar su Sevilla natal para conocer a Leonor y a Soria, y ambos escritores perecieron como peces fuera del agua, demasiado mayores para adaptar las branquias a unas aguas que ya estaban corrompidas. En su desgracia, de algún modo Machado tuvo suerte. Se extinguió en un exilio breve, como el sol de invierno del último verso que le encontraron en el bolsillo de su gabán. Francia todavía era libre y Colliure le dedicó una tumba que todavía hoy es venerada como lugar de peregrinación. A W. Benjamin le atrapó la desesperación incluso antes que sus captores. En 1940 España ya no era España, por mucho que su nombre les llenara la boca a los que la habían desangrado. Walter Benjamin y los suyos habían cruzado la cordillera de la costa por una antigua ruta de estraperlistas. Huían a Estados Unidos con un salvoconducto, pero la policía de frontera les capturó. Dormirían en Portbou, pero a la mañana siguiente serían entregados a la policía de la Francia ocupada. Benjamin se suicidó en su habitación, tal vez adivinando que sus captores le querían a él únicamente, y al día siguiente la policía permitió que sus compañeros abandonaran el país.

Después de tres años en un nicho, su cuerpo fue arrojado a una fosa común. Lo curioso es que Walter Benjamin quería recuperar la historia sin héroes, proyectándola hacia un futuro construido a través de la memoria colectiva. A él se le ha acabado reconociendo hace pocos años con un monumento integrado en la ladera del cementerio de Portbou. Se trata de un pasaje que se interna por la montaña como un pasadizo, como el agujero que les debió quedar a sus compañeros en el alma cuando marcharon dejando atrás el cadáver de su amigo. Por las circunstancias de su muerte el pasaje me recordó al refugio antiaéreo de Poble Sec, o al boquerón de Tiermes, pero en realidad Dani Karavan ha conseguido desprender del monumento cualquier connotación siniestra. El pasadizo tiene los dos extremos bien abiertos: la boca al cielo, y el extremo final al océano, y evoca, más bien, uno de los pasajes parisinos que tanto sedujeron a Benjamin, un espacio donde sentarse a mirar el mar, reloj cuya arena son las olas.

Into the wild

Into the wild

La recomendación para ir a verla me llegó por parte de unos amigos. Ellos, mis amigos, son una pareja que dieron el salto al otro lado del charco, y algo más lejos, al otro lado de la vida, fuera del destino que vamos construyendo desde niños y que con el tiempo, si nos descuidamos, se convierte en un caparazón, y de ahí a una jaula. Dejaron sus respectivos empleos, reunieron sus ahorros y cogieron un avión hacia San Francisco. Allá compraron una autocaravana y desde hace unos meses ruedan por América convirtiendo la carretera en una alfombra voladora que levanta sus sueños. Cuento esto porque es cierto, tan cierto como la historia en la que se basa el guión de ’Hacia tierras salvajes’ (Into the wild, Sean Penn, 2007).

Alexander Supertramp es el nombre con el que Chris McCandless decide rebautizarse cuando acaba el Highschool y da la espalda a la carrera y a los planes que sus padres han trazado para él. Saca de su cuenta corriente los 24.000 dólares que tenía reservados para la universidad, los mete en un sobre en forma de cheque y los regala a una ONG con la siguiente nota: ‘dad de comer a alguien’. A partir de ahí empieza su sueño, o lo que es lo mismo, su nueva vida, en la que vulnera todas las normas de la lógica poniendo al espectador en un compromiso, haciéndole que tome partido y visualice al protagonista como un inconsciente que no considera el dolor que causa a su familia, o como una persona consecuente con sus ideales que no duda en llevarlos a cabo.

El objetivo final de su viaje es lo que él llama su gran aventura en Alaska. Ser capaz de vivir por su cuenta y riesgo, cazando, recolectando plantas salvajes, sobreviviendo, en fin, como un Robinson en un paraje inhóspito como es el norte del continente americano. El bagaje que va acumulando en su periplo de dos años conviviendo con los personajes más dispares, certifica que Chris no es un misántropo, su aventura de Alaska parece, más bien, un reto personal. El reto definitivo. El que ni siquiera se plantee avisar a sus padres, sumiéndoles en el dolor de la incógnita sobre su vida, es uno de los ejes de la película. La estable y acomodada familia a la que pertenece oculta más de lo que parece ofrecer en un principio, y la influencia de una infancia no del todo digerida juega un papel importante en los motivos que conducen al joven a actuar como actúa.

Como en todas las historias reales llevadas al cine, uno se pregunta hasta qué punto el director ha puesto material de su propia cosecha para hacer creíble el guión, o incluso para hacernos empatizar con el personaje. La novela de la que recoge el testigo fue escrita por John Krakauer y a su vez se basa en las anotaciones que dejó el propio Chris y los testimonios de las personas que le conocieron. Al margen de lo fieles a la realidad que puedan ser algunos de los momentos de absoluta soledad que vive el personaje, la historia tiene un componente de proximidad que la hace especialmente vívida a ojos del espectador. Parece que cuando hablamos de semejantes aventuras tengamos que remontarnos a viajeros de otras épocas, desfigurados por el tiempo y la historia, como personajes de los libros que acompañan al propio Chris, pero su historia, la de este muchacho de 23 años, es insultantemente cercana, ocurrió en la década de los 90, lo cual demuestra que siempre es un buen momento para embarcarse en las aventuras del alma, no importa la época, ni la edad, sino la fuerza con la que los sueños le empujan a uno.

Hay varios momentos en que la película te pone la piel de gallina. Imagino a mis amigos en una pantalla del otro lado del charco, buscándose las manos en la oscuridad del cine cuando Chris escribe en su cuaderno, allá en la soledad de su retiro, que la felicidad, para existir como tal, tiene que compartirse.

Krahe

Krahe

De plaza en plaza, por corrales y posadas, los juglares llevaban las noticias en forma de cantares. Descendiente de tan noble estirpe, Javier Krahe pasea sus versos de tornillo, sus cábalas y cicatrices, sus desvaríos, en fin, por antros y cafés de pequeño aforo. Su cantar no es de gesta, y sus gestas no son belicosas, sino más bien sensuales y burlonas. La poesía y la ironía beben de su copa, y hay mezclas que no dejan resaca, sino buen sabor de boca.


Por cierto, que actúa en Soria el 19 y 24 de abril.

Una tarde en el Prado - y V

Una tarde en el Prado - y V

No sé qué había aprendido de nuevo el abuelo, por mi parte aprendí y disfruté muchísimo. Entre otras cosas, y como anecdotario soriano, descubrí unos cuadros de Valeriano Domínguez Bécquer, el hermano pintor de Gustavo Adolfo, que también le había cogido cariño a la provincia y se había paseado por ella con sus pinceles. En la exposición ‘’El siglo XIX en el Prado’ se muestran ‘El baile. Costumbres populares de la provincia de Soria’ y una par de cuadros concebidos como pareja: ‘Hilandera en las cercanías de Burgo de Osma’ y ‘Leñador en las cercanías del Burgo de Osma’, los tres de 1866, que seguro que llenan de alegría al paisano burgense.

Por otro lado, de la parte de Berlanga, me informan de que algunas de las pinturas de San Baudelio se encuentran, carambolas y cambalaches de la vida, en el mismo museo, a la espera, eso sí, de que hagan sucursal en Soria.

No sabemos si llegará antes el AVE, o incluso una línea de regionales.


Una tarde en el Prado - IV

Una tarde en el Prado -  IV

Lo más sorprendente del caso es que ante semejante despliegue de pintores, fuera la figura de un escritor la que, sin embargo, se me apareciera invocada. En la enésima sala que cruzaba vi a un viejo inclinándose hacia un cuadro para facilitar la tarea a sus cansados ojos. Cuando llegué a su altura se giró y me dirigió la palabra con una familiaridad que me hizo pensar que me confundía.

-Llevo años viniendo al Prado, y siempre aprendo algo nuevo.

El abuelo me volvió a dar la espalda y se fue antes de que alcanzara a responderle, desapareció al doblar una esquina en el laberinto de historias dibujadas en los lienzos.
Es Borges, alcancé a pensar cuando por fin reaccioné. Es Borges que ha encontrado el pasaje secreto que comunica su biblioteca infinita con el Museo del Prado.

Una tarde en el Prado - III

Una tarde en el Prado - III

Lo narrativo en la pintura es tal vez el más simplista de los acercamientos a este arte, pero tal vez también sea el motivo primigenio que motiva las primeras manifestaciones, allá por las paredes de cuevas remotas, o más tarde como vía directa para explicar a la analfabeta plebe la vida y milagros de héroes y dioses, o episodios históricos y sagrados. Para un diletante como yo la anécdota histórica es un señuelo que funciona, y si partimos de esta base, la escena detenida por los pinceles entre las cuatro paredes de madera supone una caja de Pandora que ante nuestros ojos desarrolla el relato: la cabeza decapitada de san Juan Bautista en las manos de Salomé, Saturno devorando a sus hijos temeroso de perder su trono, lanzas erguidas proclamando la victoria sobre Breda…

Sin duda el valor realista de la pintura perdió interés con la aparición de la fotografía desviando la atención más si cabía hacia cuestiones formales, pero mausoleos como el del Prado conservan una colección de arte desde la antigüedad hasta los albores de la modernidad, de modo que alberga un repertorio casi infinito de historias que se suceden por las paredes de salas y pasillos. Ante semejante despliegue, después de contemplar el Jardín de las delicias, del Bosco, o el Triunfo de la muerte, de Brueghel, donde el espectador podría detenerse hasta llegada la hora de cierre, y aún no habría desvelado todos los detalles de todas las escenas, más delirante cada una que la anterior, ¿qué podemos esperar de las innumerables salas que nos esperan con la mirada de Goya, Velázquez, el Greco, Rubens, Tintoretto y una larga lista que nos agotaría de sólo enumerarla? El mareo, la crisis nerviosa, el mal de Stendhal, si lo prefieren.

Una tarde en el Prado - II

Una tarde en el Prado - II

Tengo en Madrid una amplia parentela, y un nutrido grupo de amigos, casi todos originarios de Tiermes, hijos de aquellos que cogieron el camino contrario del que tomaron mis padres cuando emigraron. El caso es que entre bodas, comuniones y bautizos, visitas esporádicas y juergas varias, me he dejado caer por los madriles en más de una y de dos ocasiones, nunca, sin embargo, había ido al Prado. En mi descargo debo decir que allá por la lejanía de COU, en alguna visita cuyo motivo no recuerdo, aproveché un lunes ocioso para visitar el museo. Iluso de mí, descubrí que el lunes es día de guardar por todos los museos del mundo mundial, y me quedé en el Jardín Botánico visitando las adelfas. Azares del destino, me topé con Mª Antonia Segura, mi profesora de Lite, la adorable culpable de mi afición por las letras, y me adoptó en un paseo entre las flores que recordaré por los tiempos de los tiempos. Pero ya me estoy yendo. El caso es que desde entonces el Prado era una de esas causas pendientes que no encontraba el momento de abordar, cuya escusa era siempre Stendhal. Hasta este febrero.

Una tarde en el Prado - I

Una tarde en el Prado - I

El Mal de Stendhal en el Museo del Prado, como en las Estaciones del hombre, es una dolencia que me alcanza sin remedio cuando me pierdo en un laberinto cualquiera donde se acumulen las obras de arte. El mal de Stendhal no es una enfermedad preocupante, el término se acuñó para describir la crisis nerviosa que vivió Stendhal en uno de sus viajes por Italia, concretamente en la basílica de la Santa Croce, en Florencia, tras una exposición continuada al sol del arte, como si las esculturas de Miguel Ángel, la arquitectura renacentista, o los lienzos de tantos maestros italianos juntos, afectara los sentidos más que los rayos ultravioletas del astro sol. Digamos que es una enfermedad de la que no hay que preocuparse demasiado. Hoy en día el hombre moderno, turista, más que viajero, sufre más por el estrés de unas vacaciones a golpe de pito para completar el programa de visitas, que por deslumbrarse ante los pechos de una afrodita de mármol, pongamos por caso. Estresan más el tráfico y las campañas electorales, y si a eso sobrevivimos, es que tenemos estómago. Pero es una dolencia que no está de más conocer, porque no ocupa lugar, y porque nos puede ser útil para ahorrarnos alguna visita cultural que por H o por B, nos dé franca pereza. ¿Que te invitan al fútbol? Uy, perdona, es que tengo el mal de Ronaldinho.

Genghis Khan - y IX

Genghis Khan - y IX

El imperio de terror de Genghis Khan es algo más tardío, allá por los albores del s. XIII. Sobre las conquistas y atrocidades de este buen hombre no nos extenderemos ahora, no viene al caso. Lo que querría destacar es esa preocupación por la posteridad que le llevó a perpetrar una terrible masacre incluso después de muerto, en su caso, al parecer, más creíble que en la historia de su colega del califato.
El Khan no sólo dejó encargado que le enterraran rodeado de todas las riquezas que había saqueado, sino que también habrían de sepultar con él a una cohorte de sus mejores caballos y de sus mejores doncellas, después de lo cual sus guerreros habrían de cabalgar sobre el túmulo de su tumba hasta que no quedara rastro. De vuelta al campamento los obedientes y apenados soldados descubrieron que el Khan había dejado todavía un recado que les concernía, y fueron degollados para que no quedara testimonio alguno del lugar donde descansaba su cuerpo.
Pero no por ser un asesino el gran Genghis Khan deja de ser el único personaje mongol que ha trascendido, así que su efigie aparece en los billetes nacionales y en iconografías religiosas de toda índole, y pese a que el gobierno ha admitido recientemente expediciones arqueológicas para tratar de descubrir el paradero de su tumba, éstas no son bien vistas por la población, porque consideran que remover la tierra molesta a los muertos. Y bien visto razón no les falta, claro que a los vivos a quienes mandó enterrar consigo tampoco les debió hacer gracia.


Almanzor - VIII

Almanzor - VIII

Y por último dos historias referidas a tesoros y tumbas, dos vidas de leyenda que, pese a estar separadas por miles de kilómetros y cientos de años, conservan un macabro parentesco, las de Almanzor y la de Genghis Khan.

Los caudillos mongoles tenían la irritante costumbre de masacrar todo a su paso sin ánimo de conquistar. ¿Por qué administrar una ciudad y su territorio si ellos no tenían ciudad propia? Y sobre todo ¿Por qué hacerlo si las ciudades se habían demostrado débiles ante sus artes de la guerra? El caso de Almanzor era bien distinto, tras múltiples intrigas de corte había alcanzado el poder de Al-Andalus, pero no había luchado contra los cristianos, algo inconcebible para un líder cordobés de la época, tanto como para un presidente de los EUA de hoy en día que no haya metido sus soldaditos en tierras de Oriente. Pero no nos desviemos del tema. Almanzor, como el Khan, tampoco pretendía conquistar, sus aceifas tenían como objetivo machacar a los enclenques reinos cristianos y enriquecerse a su costa. Y a fe que lo hizo. La cronología es escalofriante: en el año 981 arrasa Zamora, en 982 toma Zaragoza, en 984 León, devasta Astorga y los monasterios de Sahagún y Eslonza. En 985 saquea Barcelona, pero su mejor actuación, la que volvió loco a sus seguidores, fue la llevada a cabo contra Santiago de Compostela, corazón de la cristiandad hispana. Arrasó la ciudad y volvió a Córdoba con las campanas de la catedral a hombros de esclavos cristianos en una particular peregrinación hasta la capital de califato. El resto de ataques los dirigió contra Navarra, cuyo rey, años antes, había bajado hasta Córdoba para rendirle pleitesía, pero ni por estas. La historia dice que su última expedición la hizo contra Castilla, pero hacia el verano de 1002 se encontró enfermo en tierras de Soria y buscó refugio en la retaguardia. Dicen que murió cerca de Medinaceli. La historia popular dice que esta enfermedad era la de la derrota, y que huyó por tierras de Calatañazor donde los cristianos por fin pudieron darle venganza (“En Calatañazor, Almanzor perdió su tambor”), aunque testimonios históricos de solvencia no existen, y los argumentos con los que he dado parecen más un intento muy nuestro de salvar la honra con gestas, que tienen más de legendario que de histórico.
¿Pero dónde está el cuerpo de Almanzor? Mientras que los paisanos de Calatañazor aseguran que el Valle de la Sangre lo es por la sangre morisca que en él se vertió, y no por el tinte que le da el atardecer, los paisanos de Medinaceli dicen que la insigne tumba está oculta en alguna colina de las proximidades, y que alberga no sólo su cuerpo, sino un fabuloso tesoro, Mesa de Salomón incluida. Sin embargo, los vecinos de Sierra Magina, entre Jaén y Granada, no presumen de tener sus mortajas, no, pero sí su tesoro, pues dicen que cuando el caudillo escuchó el aleteo de la muerte decidió buscarle un escondite a su fortuna, tras lo cual mató al amigo que le había ayudado a encontrar el escondite, y no contento con eso aniquiló también a todo su séquito para que no hubiese posibilidad alguna de ser traicionado. Encantador, ¿verdad?
En su descargo he de decir que las páginas que he encontrado sobre el mito de la muerte de Almanzor, hacen referencia al sentimiento de inferioridad que arrastraban los cristianos ante el victorioso enemigo, y que eso fomentó la creación de leyendas sobre su derrota y probablemente las historias sobre su malévola persona.

Ya lo dicen, que la historia la escriben los vencedores -a veces con mejor y otras con peor letra- aunque sea 4 o 5 siglos más tarde, pues a Almanzor no le venció más que la muerte.

El cuerno de la abundancia - V

El cuerno de la abundancia - V

Los arqueólogos han de agradecer sus grandes descubrimientos a esas personalidades megalómanas dignas de psiquiátrico, pero también los buscadores de historias les tenemos que agradecer un cuerno de la abundancia del que surgen sin parar leyendas que pretenden agarrarse con uñas a la historia. En los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving, hay innumerables relatos referidos a los tesoros que los moros enterraron en su día pensando que podrían volver a recuperarlos tras la Reconquista. Las Mil y una noches está trufado con historias que parten de los mismos principios, como si la tradición popular, antes de que se inventara la lotería, quisiera creer que el Gordo existía debajo de una casa en ruinas, en el fondo de un pozo, o tras las enredaderas que cubren la entrada de una cueva. Pero la historia que nos queda más cerca es la de la mismísima Tiermes.
Ya hace unos meses el paisano del Burgo me dio a conocer
unos videos sobre la exposición Gentes de Tiermes. Más tarde, cuando busqué la información sobre el proyecto Life encontré el librito que acompañaba a la muestra, y de todo él me llamó la atención especialmente el último capítulo, dedicado en exclusiva a aclarar leyendas sobre supuestos tesoros. Me pareció tan elocuente que he decidido transcribirlo en las dos próximas entradas.

Ajuares - IV

Ajuares - IV

Pero no sólo el diablo cunde para contar historias. En un artículo que me pasó Joanna se pone de manifiesto que las tumbas halladas en la necrópolis de Carratiermes no se ordenan arbitrariamente sobre el terreno. Tanto los restos humanos como los distintos elementos del ajuar funerario señalan al norte, lo que permite suponer que nuestros ancestros arévacos tenían ciertos conocimientos de la bóveda celeste.
Lo del ajuar es una palabra que siempre me ha hecho gracia, porque de asociarla al conjunto de ropas y enseres que se van recopilando durante la soltería para llegar a la boda con solvencia como para formar un hogar, llegamos a la otra acepción, la de la selección de los objetos íntimos que deben acompañar al difunto para llegar en condiciones a la otra vida. No, no es que esté comparando el matrimonio con la muerte, en todo caso tal comparación tendría sentido si se considerara que tras la muerte (o tras el matrimonio) da comienzo otra vida, la del alma, libre ya de sus despojos carnales a la que, sin embargo, nos empeñamos en amarrarnos con broches, dagas y collares, como si la parca y las deidades fueran a tener en consideración el origen humilde o noble del cesante terrenal. Aunque si lo pensamos bien a estas alturas seguimos sin saber nada de lo que hay después, así que ¿por qué dejar en el terreno de los vivos lo que tal vez pueda ser útil del otro lado del Estigia? Los faraones egipcios, algo menos humildes que mis paisanos del Tiermes celtíbero, erigían pirámides y tumbas espectaculares con trampas para persuadir a los bandidos de intentar quitarles lo que habían conseguido con el sudor [sic.] de su frente, y se mandaban enterrar con tinajas llenas de perfumes, joyas y oro, con ricos alimentos para no pasar apetito en los ratos de espera, con sus mejores caballos, sus mascotas de compañía y, cómo no, sus concubinas, esposas y esclavos, no fuera que en el más allá no tuvieran un buen servicio.
Ya lo dice el refrán, genio y figura hasta la sepultura.

Los estanques de Sils - III

Los estanques de Sils - III

En compañía de Irene hace un año que voy con frecuencia a los estanques de Sils. Están cerca de Girona, en tierras que antaño pertenecieron al Duque de Medinaceli. El paludismo, la malaria y otras pestes hacían estragos entre la población de hace unos siglos, así que los aldeanos llegaron a un acuerdo con el duque: ellos se encargarían de desecar la laguna evitando así la proliferación de enfermedades, y de paso ganarían buenas tierras de cultivo para beneficio del noble. En el pacto no estaba estipulado, pero acabar con la maldición también estaba en la mente de los lugareños. La laguna está envuelta en nieblas la mayor parte del año, y de entre la bruma, al amanecer y a la puesta del sol, provienen unos chapoteos acompañados de gritos que hacen pensar en las almas castigadas del infierno. La leyenda cuenta que el diablo había retado a San Martín a ver quién daba el salto más largo. Subieron ambos al Matagalls, allá por el Montseny, y se dispusieron a dar el salto. Del santo no se sabe dónde cayó, probablemente se quedó parado, viendo al infeliz del diablo sumergiéndose en las aguas del estanque, que desde entonces quedó maldito. Más tarde, ya en el siglo XVII, un texto anónimo narra la historia de Pere Porter, un pobre hombre al que se le reclamaba una deuda que él decía haber pagado. Como el notario al que atribuía el error había muerto, Pere Porter se armó de valor y bajó al infierno (¿dónde iba a estar si no un notario?) por las aguas del estanque. Volvió triunfador con el acta corregida y asombrado por haberse topado en las calderas con personalidades que en vida habían sido consideradas de lo más respetables.
Erradicadas las enfermedades, las aguas del estanque vuelven a cubrir la zona, y las aves migratorias cuyos graznidos semejaban lamentos de almas en pena, pueden disfrutar de un entorno idóneo para sus tránsitos migratorios.

Cosa curiosa, la recuperación de la zona forma parte del proyecto Life de la UE, proyecto del que también forma parte Tiermes.

Las 21 puertas - II

Las 21 puertas - II

Nadie dice que no lo hicieran unos y lo repitieran más tarde otros, quién sabe si los aparecidos de las curvas del mundo entero tienen un sindicato y se reúnen en congresos anuales, un año en Despeñaperros, al siguiente en las Dolomitas. Las historias que se cuecen de boca en boca son las más susceptibles de acabar transformadas. ¿Se acuerdan del juego del teléfono? “Por aquí me han dicho...” y al final todo quedaba tergiversado en un galimatías sin sentido que nos hacía morir de risa. Las palabras se parecen al agua de los ríos, la ves saltar de roca en roca y no puedes llegar a imaginar a qué playa irán a parar. Buscar su nacimiento es como buscar las fuentes del Nilo y olvidarnos de sus de afluentes. Joanna comentaba hace unas semanas que buceando por el folklore peninsular es sorprendente la de historias en las que aparece el diablo burlado una y otra vez por nuestra picaresca patria. ¿Pero cuál fue la primera historia en la que sale a colación el averno y su inquilino el diablo? ¿La de la serpiente y la manzana, la de Cerbero en el Hades o la de los 21 infiernos hindús antes de llegar a la reencarnación? Que la sima de Tiermes sea una puerta para el Maligno, no significa que sea la única, algo que por otro lado, parece evidente a juzgar de cómo va el mundo.

Historias comunes - I

Historias comunes - I

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Cuando escuchamos una historia y nos percatamos de que se parece a otra que ya conocemos, la primera reacción es hacerlo saber, corregir al narrador y defender la primacía de la historia que nosotros conocemos. Un compañero de universidad nacido en Argelia comentó en clase que se quedó estupefacto cuando en España escuchó el relato de la chica del coche. Ya saben, es de noche, un coche avanza por las sinuosas carreteras del Garraf (esa es la versión que yo conocía) y de repente aparece una autoestopista. El conductor se detiene, la mujer sube pero se muestra muy poco conversadora. Después de unos minutos doblan una curva donde una cruz y unas flores señalan el lugar de un accidente. “Esta es la curva donde yo me maté” dice la chica, y desaparece del asiento de copiloto. No recuerdo los detalles distintivos que me dio el muchacho argelino, seguro que no había cruz, y en lugar del Garraf sería un pueblo de sus montañas, pero la historia ya estaba ahí dando vueltas por las curvas, saltando de boca en boca antes de que nadie pudiera hacerla suya.
¿Conocen la historia de Mizar y Alcor? Se trata de dos de las estrellas que forman la constelación del Carro (es la segunda estrella comenzando por el "mango" del cazo). A simple vista sólo se distingue una, es lo que en astronomía se conoce como estrella doble, pero si se mira con atención y se tiene buena vista, se puede llegar a distinguir cada una de ellas. La primera vez que oí hablar de ellas me contaron que Cristóbal Colón seleccionó a los marineros de sus calaveras preguntándoles cuántas estrellas contaban en la constelación del Carro, los que acertaban a ver la estrella doble eran admitidos, los que no, quedaban en tierra. Al cabo del tiempo escuché la misma historia, pero los inspectores de recursos humanos que empleaban semejante treta para contratar nuevos empleados eran los capitanes de las naves del Imperio Romano.

Los Hermanos Oligor y las Tribulaciones de Virginia

Los Hermanos Oligor y las Tribulaciones de Virginia

“Esta es la historia de dos adultos que no mataron al niño interior y siguieron construyendo mecanos y ensoñando amores imposibles.” Así da comienzo una reseña de "Los Hermanos Oligor", y yo no voy a ir más allá. A lo sumo decir que la película es un documental sobre el espectáculo teatral de estos muchachos que no he tenido la suerte de ver. "Las Tribulaciones de Virginia" llegó al Festival de Titellesde Barcelona y después corrió mundo. Titiriteros de pueblo en pueblo, como los que llegaban a las plazas de nuestros pueblos. No sé si todavía lo andan representando, pero si tienen ocasión yo no me lo perdería. Y si no, siempre nos queda la película, que no es poco, un viaje al sótano de la poesía.
Posdata para Lima: Sí, lo sé, difícilmente llegará una película así a los cines de Soria, pero quién sabe, ya lo dice Sabina, “más raro fue aquel verano, que no paró de nevar…”

Ángel González

Ángel González


PARA QUE YO ME LLAME Ángel González

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...

Ángel González se ha ido con la poesía a otra parte, pero su voz permance.

La constelación del fracaso - y V

La constelación del fracaso - y V

En otra ocasión el librero de Documenta bromeó sobre el error que a su juicio se comete cuando se visitan los lugares que hemos conocido con los ojos de la imaginación. Hay colores para todos los gustos. Visitar los lugares sobre los que hemos oído hablar o sobre los que hemos leído, tiene sus riesgos. La poesía de lo evocado no siempre se despierta en el lugar y en el momento deseados, pero es un placer como tantos otros que incluso desapareciendo en el instante de alcanzarlo, nos llama con una fuerza a la que no sabemos negarnos. Ahí está Paniceiros, en parte culpable de que un día empezase este blog, o las tierras de Tiermes, por las que tal vez he despertado cierta curiosidad en algún lector despistado.

No ir, quedarnos en casa sin cerrar los libros y sin abrir las puertas, sería como no amar por miedo a que nos duela. Como dejar de creer en los Reyes Magos.

Por mi parte cualquier día me paso por el Fracaso y brindo por los errores que he convertido en experiencia.