Into the wild
La recomendación para ir a verla me llegó por parte de unos amigos. Ellos, mis amigos, son una pareja que dieron el salto al otro lado del charco, y algo más lejos, al otro lado de la vida, fuera del destino que vamos construyendo desde niños y que con el tiempo, si nos descuidamos, se convierte en un caparazón, y de ahí a una jaula. Dejaron sus respectivos empleos, reunieron sus ahorros y cogieron un avión hacia San Francisco. Allá compraron una autocaravana y desde hace unos meses ruedan por América convirtiendo la carretera en una alfombra voladora que levanta sus sueños. Cuento esto porque es cierto, tan cierto como la historia en la que se basa el guión de Hacia tierras salvajes (Into the wild, Sean Penn, 2007).
Alexander Supertramp es el nombre con el que Chris McCandless decide rebautizarse cuando acaba el Highschool y da la espalda a la carrera y a los planes que sus padres han trazado para él. Saca de su cuenta corriente los 24.000 dólares que tenía reservados para la universidad, los mete en un sobre en forma de cheque y los regala a una ONG con la siguiente nota: dad de comer a alguien. A partir de ahí empieza su sueño, o lo que es lo mismo, su nueva vida, en la que vulnera todas las normas de la lógica poniendo al espectador en un compromiso, haciéndole que tome partido y visualice al protagonista como un inconsciente que no considera el dolor que causa a su familia, o como una persona consecuente con sus ideales que no duda en llevarlos a cabo.
El objetivo final de su viaje es lo que él llama su gran aventura en Alaska. Ser capaz de vivir por su cuenta y riesgo, cazando, recolectando plantas salvajes, sobreviviendo, en fin, como un Robinson en un paraje inhóspito como es el norte del continente americano. El bagaje que va acumulando en su periplo de dos años conviviendo con los personajes más dispares, certifica que Chris no es un misántropo, su aventura de Alaska parece, más bien, un reto personal. El reto definitivo. El que ni siquiera se plantee avisar a sus padres, sumiéndoles en el dolor de la incógnita sobre su vida, es uno de los ejes de la película. La estable y acomodada familia a la que pertenece oculta más de lo que parece ofrecer en un principio, y la influencia de una infancia no del todo digerida juega un papel importante en los motivos que conducen al joven a actuar como actúa.
Como en todas las historias reales llevadas al cine, uno se pregunta hasta qué punto el director ha puesto material de su propia cosecha para hacer creíble el guión, o incluso para hacernos empatizar con el personaje. La novela de la que recoge el testigo fue escrita por John Krakauer y a su vez se basa en las anotaciones que dejó el propio Chris y los testimonios de las personas que le conocieron. Al margen de lo fieles a la realidad que puedan ser algunos de los momentos de absoluta soledad que vive el personaje, la historia tiene un componente de proximidad que la hace especialmente vívida a ojos del espectador. Parece que cuando hablamos de semejantes aventuras tengamos que remontarnos a viajeros de otras épocas, desfigurados por el tiempo y la historia, como personajes de los libros que acompañan al propio Chris, pero su historia, la de este muchacho de 23 años, es insultantemente cercana, ocurrió en la década de los 90, lo cual demuestra que siempre es un buen momento para embarcarse en las aventuras del alma, no importa la época, ni la edad, sino la fuerza con la que los sueños le empujan a uno.
Hay varios momentos en que la película te pone la piel de gallina. Imagino a mis amigos en una pantalla del otro lado del charco, buscándose las manos en la oscuridad del cine cuando Chris escribe en su cuaderno, allá en la soledad de su retiro, que la felicidad, para existir como tal, tiene que compartirse.
3 comentarios
Lima -
Salud, compañero
Xavi -
Nadie como tu podría dar una idea tan acertada de la peli.
Y sí, no sólo nos dimos las manos, también hubieron lágrimas por tanta belleza, alegría y tristeza que contiene.
Un abrazo, chaval.
JK -