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Misere mei - y VIII

Misere mei -  y VIII

Pero aún quedaba todavía algo por hacer. Cada uno volvió a su casa y nos citamos a la semana siguiente. Núria quería recoger un ritual celta. Después he leído que ese mismo ritual se hace en diferentes culturas del mundo, y no me parece extraño: como el parto natural, parece de sentido común. La antropóloga de la novela "Mentira" lo explica de la siguiente forma: “Cuando nace un niño en un poblado de Melpa, se planta un árbol. En el mismo hoyo cavado para hundir sus raíces, se entierran también la placenta y el cordón umbilical. Se bautiza el árbol con el mismo nombre que la criatura. Mientras el bebé está en edad de lactancia, se usan sus heces para abonar el árbol. […] Se supone que el niño vivirá mientras sobreviva el árbol y que éste tiene la capacidad de reflejar los estados de aquél: se secarán sus hojas cuando esté triste el hombre, resplandecerá cuando se enamore, brillarán sus frutos cuando se reproduzca, tal vez se humille la copa si el niño enferma.”

De nuevo la veintena de amigos nos reunimos en su casa. El lugar elegido era el macizo del Montnegre. Llegamos con los coches hasta cerca de un dolmen. Era domingo, así que había familias con sus niños. Nuestro grupo era el más estrafalario sin duda. Si no fuera por la diversidad de vestimentas y colores podríamos parecer un grupo de hare-krisnas: tambores, guitarras, cantos y malabares, el circo había llegado al Montnegre. Nos dividimos por grupos. Había que encontrar un claro en el bosque lo suficientemente escondido como para que el árbol que creciera no fuera elegido por un grupo de domingueros para utilizarlo de leña para su paella. Estuvimos un buen rato hasta que Núria eligió entre los diferentes claros que habíamos encontrado. Nos costó encontrar acomodo para tantos, pero al final, sentados en el suelo, como en una reunión de elfos ocultos entre las ramas, todos encontramos un sitio. Núria quería que su hija fuera noble y fuerte como un roble, y después de cavar el hoyo depositamos la placenta y el cordón umbilical, un poco de tierra, y encima las semillas. Continuamos un buen rato, cantando y brindando por Duna. Antes de que atardeciera nos fuimos todos y dejamos a la madre y a la niña a solas con su árbol.

De esto hace ahora 7 años. Hay un árbol más en el monte, y una niña preciosa en nuestras vidas. Núria se cansó de darnos las gracias por haberla apoyado en aquellos momentos, pero era ella la que merecía nuestro agradecimiento por haber compartido con nosotros aquella vivencia. La luz de aquella aurora no ha dejado de iluminarnos por dentro.

5 comentarios

Joanna -

Gracias!!!

juancar347 -

Una historia extraordinaria de la que sentirse siempre orgulloso. Gracias por compartirla.

oscar -

gracias a vosotros por tener ojos y tiempo para leerla.
y a núria y duna por regalárnosla.

jk -

¡qué historia más bonita! y qué bien contada

Joanna -

Duna tiene que estar orgullosísima de su madre por todo esto, y gracias por compartir aquellos momentos que seguro que recordareís para siempre, un beso.