fuego
Sólo he vivido tres incendios en mi vida. Uno de ellos ni siquiera lo vi. Miguel volvió corriendo del campo. Una chispa de la cosechadora había prendido el trigo que estaba segando. Yo me colé en un coche de la pequeña caravana que se hizo desde el pueblo hasta la finca, pero el fuego había sido controlado. El lobo sólo había enseñado los dientes. El segundo de los incendios tampoco llegué a verlo. Esta vez fue más grave, ardían los pinares, no era el rastrojo que prende enseguida pero también se consume rápido. Aquel era un incendio con hambre y devoró lomas enteras. Desde el pueblo se veía el humo ascender hasta el cielo y llegaba un olor muy distinto al de la lumbre, los troncos que arden secos son en sí mismos una pira funeraria, la arboleda en llamas huele a vida que se escurre hacia un cielo convertido en infierno. Todo acabó y no hubo que lamentar ninguna vida humana. El tercero, y en el que sí participé activamente fue en el mismo pueblo. Una casa ardía en llamas. Todos los vecinos nos volcamos, cada uno trajo su cubo, tinajas, regaderas, cualquier cosa que sirviera para aplacar las llamas. La cadena unía la casa con la piscina de un vecino. La piscina se vació, el fuego se apagó. Esa es mi poca experiencia.
Pero tengo un amigo, Juan Carlos se llama, que decidió hacerse bombero. Está luchando contra unas oposiciones insufribles, más altas que el Windsor y casi tan estúpidas. Las plazas salen a cuenta gotas en un país donde lo que falta, precisamente, es el agua. Hay tanta gente dispuesta a trabajar de uno de los oficios que considero más importantes y a la vez más peligrosos, que cada examen (físico, test, de oficio y teórico) es una pequeña maratón que me río yo de los particpantes olímpicos. Mientras tanto, cada verano va a un retén de Guadalajara. La diputación, la junta o quien demonios sea, tiene una subcontrata, la empresa en cuestión aprieta presupuestos y sólo da tres meses de trabajo. He ido varias veces a verle, de hecho Montejo está a pocos kilómetros de la provincia de Guadalajara, atravesando la sierra Pela y siguiendo por pistas se podría llegar al Cardoso y al retén de Montes Claros, que es donde él está, pero las comunicaciones entre provincias (entre Soria y Guadalajara, imagínense!) son nefastas, así que hay que dar un enorme rodeo, pasar por las provincias de Segovia y de Madrid para entrar a la comarca donde ellos se hallan. De hecho, hablé ayer con mi madre y me decía que desde Tiermes se veía el resplandor de las llamas del incendio de Guadalajara. Vuelvo al tema. En una de las ocasiones en que fui a visitarlo me dijo que estaban de elecciones sindicales. Querían presionar para trabajar más meses al año ya que, llegado junio, el riesgo de incendio ya es elevado, y no hay tiempo para hacer las tareas de prevención (corta fuegos, limpiar el bajo bosque, etc.)
A veces me despego bastante de los medios de comunicación y hasta el lunes por la mañana no me había llegado la noticia de que 11 muchachos de un retén de Guadalajara habían muerto. Leí uno a uno el nombre de los pueblos que mencionaba la noticia y el del retén, ninguno me sonaba. Iba leyendo con un nerviosismo extraño, me recordaba a mí mismo mirando los números de la lotería, pero en aquello no había azar, había, primero de todo, un pobre cretino que cometió una imprudencia, pero detrás, una infraestructura cogida con pinzas, nada que ver con el azar, sino con la estupidez, la racanería, la mezquindad.
Después de un buen rato conseguí hablar con Juan Carlos. Había visto mis llamadas y me respondió en cuanto pudo. Estaba en su retén, pero le podían haber llamado para desplazarse, de hecho estaba de guardia. Los conocía a todos, todos chavales jóvenes, como él. Han enviado a la infantería, me dijo, y continuó: espero que algo cambie, joder, esto que ha pasado ha sido muy gordo.
-Cuídate.
-Claro. Siempre, Óscar, siempre.
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Gemma -