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Tiermes

Sexo y escarcha en las eras

Sexo y escarcha en las eras

Buscaba desde hacía tiempo un libro de Juan Antonia Gaya Nuño titulado El Santero de san Saturio. En las librerías de Barcelona donde había preguntado me habían quitado toda esperanza de dar con él: agotado, decían, y yo les había creído. Cosas del destino, di con un ejemplar en la biblioteca del Instituto Cervantes de Tetuán, pero sólo estaba de paso, por lo que no pude arrancarle más que unas páginas de lectura, y éstas fueron suficientes para confirmar lo que ya imaginaba, ese libro me interesaba: un retrato sarcástico de Soria y de los sorianos hecho por un paisano que vuelve tras años de ausencia y ocupa la plaza vacante de Santero respondiendo a un anuncio del periódico. Como equipaje las obras de Proust, Sastre y Valle-Inclán. Anoté en mi libreta una de esas frases que te llama la atención y me resigné a volver a dar con él alguna otra biblioteca: “Los hombres de la meseta no somos amantes del mar, y sólo lo concebimos como una curiosidad que conviene ver; el mar es como la torre Eiffel o como el rinoceronte.”

Hay en la calle Collado de Soria una de esas librerías con vocación de templo, las Heras se llama. Me había dirigido mi padre diciendo que ahí encontraría bibliografía soriana en abundancia, pero lo que no podía imaginar es que a diez metros del portal iba a reconocer la cubierta del libro expuesta en el escaparate. Me hice con un ejemplar de entre la pila que había sobre una mesa y, calmada el ansia, me dediqué a investigar el resto de títulos. Había dedicados al arte de la provincia, a su flora y fauna, y a rutas de senderismo. Estaba la última biografía de Ian Gibson sobre Antonio Machado, la poesía de Gerardo Diego y las leyendas de Bécquer. Buceé entre varios y acabé cogiendo Rueda de sucedidos, un libro que relataba las costumbres locales de un pueblo siguiendo las muescas del calendario. Estaba a punto de irme cuando me sorprendió la cubierta de otro: dos figuras se entrelazaban en un coito cubista. El título: Kamasutra. Me acerqué al librero con los tres libros entre las manos.

Al pobre santero casi lo decapitan en alguna guillotina sin alma. Dos mil ejemplares que ocupaban cuatro metros cuadrados de almacén iban a convertirse en pasta de papel, por eso la librería había comprado los restos y los tenían allá sin asomo de lástima: les quedaban apenas cuarenta ejemplares. Ya podía preguntar yo en Barcelona. En cuanto al Kamasutra, pregunté, ¿qué hace en la sección de la provincia? ¿Y por qué no habría de estar? me respondió el librero. El tema es muy de la tierra. Me reí, no se lo iba a negar, pero me aclaró que Roberto Maján, el autor, era de Soria. Visto su garbo le pregunté por un tal Lázaro de quien había leído que tenía publicado un libro de relatos, uno de los cuales ambientado en Montejo de Tiermes, pero no le sonaba, y se conectó a internet buscando por el nombre del pueblo. Le salió un blog sobre Tiermes y le dije que no, que no era ese, y por fin dimos con Juan Manuel Lázaro a quien seguiré la pista. Nos despedimos y me fui de Las Heras con tres libros bajo el brazo.

Lo que son las cosas, a Gaya Nuño lo he dejado para más adelante, sin embargo, me bebí de dos tragos la Rueda de sucedidos de Raimundo Lozano. Por fin he aprendido lo que es el Rosario de la Aurora, o porque sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, pero eso no viene al caso. Lo que me quedó en el tintero fue el anís que bebían los mozos en la taberna antes de irse a las eras, anís escarchado. Lo tenía en alguna parte del cerebelo cuando semanas más tarde, en un bar donde a veces paro a tomar café, me topé con una botella detrás de la barra que llevaba la misma etiqueta. Oiga, le dije al dueño, y eso qué es. El hombre sacó la botella de la repisa y la miró como si hubiera descubierto la lámpara de Aladino. No hará años que no sirvo una copa de este coñac, me dijo, y de repente le vino a la memoria un cliente que era farolero, y que antes de apagar una a una las luces del barrio, se pasaba por su bar y se echaba una copa de coñac escarchado. Pero qué es, insistí yo. Pues nada, coñac garrapiñado, con mucha azúcar, para hacerlo más bebible, supongo yo, y me puso un chupito. Invita la casa, chaval. No iba a decir que no, así que lo olí, lo sorbí y cuando me cercioré de que lo peor que me podía pasar era que me subiera a la cabeza, me lo bebí de un trago a la salud del dueño del bar, del de la librería y de todos los que iban a las heras: escritores, labriegos o jóvenes con ganas de inventar posturas nuevas.

1 comentario

jose calvo molina -

Yo también estoy buscando el libro "El Santero de San Saturio" yme comentan por todos los lados que está agotado. Soy un soriano del Burgo de Osma que vive en Madrid. Gracias