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Tiermes

La bicicleta

La bicicleta

Más preocupado que por la altura andaba el verano en que la mayoría de mis amigos habían quitado las ruedas auxiliares a sus bicicletas. A esas edades uno no puede quedarse rezagado, así que le pedí a mi padre que ejerciera de tal y que por ciencia infusa, por ósmosis o por medio cualquiera, me hiciera partícipe de los secretos que permitían al ser humano avanzar dando pedales sobre un artilugio que, mirase por donde se mirase, no se sostenía solo, así que ¿por qué iba a hacerlo conmigo encima?
Salimos del pueblo por el camino de Torresuso y nos detuvimos en la cuneta. Los campos de trigo llegaban hasta la carretera, pero algunas hierbas moteaban las orillas de aquel río asfaltado. Mi padre arrancó una brizna verde y se la llevó a los labios substituyendo su Rex humeante. Hasta dejar atrás las últimas casas yo había estado atento a nuestras espaldas por si alguien nos seguía. No quería testigos en aquella prueba de dudoso resultado. Ahora, sin embargo, había olvidado el propósito de nuestro paseo y le miraba mientras me daba consejos, aunque debo confesar que no le escuchaba, más pendiente en aquel tallo de hierba que le bailaba en la boca sin llegar a caer de sus labios. El que se cayó fui yo: una y diez veces. “Nadie nace enseñado” me decía para consolarme, pero volvimos con la misión cumplida, echando el pie al suelo de vez en cuando, y él silbando con el brote sin caérsele de los labios.

1 comentario

Joanna -

Tienes una memoria envidiable