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Tiermes

Una de rosquillas

Una de rosquillas

3 huevos
2 tazas de azúcar
1 vaso pequeño con aceite de oliva
2 tazas de leche o 2 yogures naturales
la rayadura de la piel de un limón (o en su defecto, emplear yogures con gusto a limón)
casi un kilo de harina
3 sobres de levadura

Mezclar los condimentos uno a uno en el orden de la lista: primero batir los huevos, luego añadir el azúcar (mezclar), ponerle el aciete (mezclar)... La harina hay que echarla poco a poco y a través de un colador para que se mezcle mejor. A medio paquete añadir la levadura y seguir con la harina. Para amasar bien la masa conviene huntarse las manos con un poquito de aceite, y al acabar, se ha de dejar reposar de 2 a 3 horas.

Para darle forma a las rosquillas se puede hacer un churro y unirlo luego, o bien hacer una bolita y hacerle un agujero, va por gustos. El acetie (un litro más o menos) no debe estar ni muy frío ni muy caliente, y la sartén ha de ser honda. La rosquilla se ahuecará y una vez que coja esponjosidad y buen color de piel, la sacaremos con la ayuda de 2 tenedores o de una cucharrena. Para que pierda un poco de aceite va bien poner una servilleta de papel en la fuente que se lo absorva. ¡Ah! Y el azúcar se ha de espolvorear antes de que se enfríen.

Tres vueltas al pueblo en trote ligero son suficientes para quemar semejante fuente de calorías.

Buen provecho!!!

ps: en esta dirección hay unas fotos ilustrativas. en esta receta le añaden anís, que no está nada mal, claro que no: http://www.mirecetario.es/pages/recetas_autor/rosquillas_fritas_julia.htm

Los Hermanos Oligor y las Tribulaciones de Virginia

Los Hermanos Oligor y las Tribulaciones de Virginia

“Esta es la historia de dos adultos que no mataron al niño interior y siguieron construyendo mecanos y ensoñando amores imposibles.” Así da comienzo una reseña de "Los Hermanos Oligor", y yo no voy a ir más allá. A lo sumo decir que la película es un documental sobre el espectáculo teatral de estos muchachos que no he tenido la suerte de ver. "Las Tribulaciones de Virginia" llegó al Festival de Titellesde Barcelona y después corrió mundo. Titiriteros de pueblo en pueblo, como los que llegaban a las plazas de nuestros pueblos. No sé si todavía lo andan representando, pero si tienen ocasión yo no me lo perdería. Y si no, siempre nos queda la película, que no es poco, un viaje al sótano de la poesía.
Posdata para Lima: Sí, lo sé, difícilmente llegará una película así a los cines de Soria, pero quién sabe, ya lo dice Sabina, “más raro fue aquel verano, que no paró de nevar…”

Ángel González

Ángel González


PARA QUE YO ME LLAME Ángel González

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...

Ángel González se ha ido con la poesía a otra parte, pero su voz permance.

La constelación del fracaso - y V

La constelación del fracaso - y V

En otra ocasión el librero de Documenta bromeó sobre el error que a su juicio se comete cuando se visitan los lugares que hemos conocido con los ojos de la imaginación. Hay colores para todos los gustos. Visitar los lugares sobre los que hemos oído hablar o sobre los que hemos leído, tiene sus riesgos. La poesía de lo evocado no siempre se despierta en el lugar y en el momento deseados, pero es un placer como tantos otros que incluso desapareciendo en el instante de alcanzarlo, nos llama con una fuerza a la que no sabemos negarnos. Ahí está Paniceiros, en parte culpable de que un día empezase este blog, o las tierras de Tiermes, por las que tal vez he despertado cierta curiosidad en algún lector despistado.

No ir, quedarnos en casa sin cerrar los libros y sin abrir las puertas, sería como no amar por miedo a que nos duela. Como dejar de creer en los Reyes Magos.

Por mi parte cualquier día me paso por el Fracaso y brindo por los errores que he convertido en experiencia.

La constelación del fracaso - IV

La constelación del fracaso - IV

BAR

Llegan con los hombros curtidos. Empiezan temprano,
la mano fuerte que aprieta, la palmada en la espalda.
Como estás campeón, ponme una copa. Todos tienen una
historia que contar, todos tocaron la gloria con la pun-
ta de los dedos. Pero luego los hijos, la mala suerte y
esa gente que no tiene palabra
. Aquí se detienen a tomar
fuerzas para subir a casa. Los más jóvenes aún confían
en las oportunidades, el resto sobrelleva como puede los
minutos de la basura.

Pablo García Casado. Dinero. Barcelona: DVD ediciones, 2007

La constelación del Fracaso - III

La constelación del Fracaso - III

A Pablo García Casado lo había conocido entre tapas y poesía durante la presentación del número 2 de Perfil del aire, en Córdoba. Aunque conocer es un verbo muy amplio y difuso. Él estaba sentado tras una mesa y hablaba de la revista, yo tomaba una cerveza y escuchaba entre el resto de la gente.
Apenas unos meses antes mi amigo José me había pasado El Mapa de América, y me chocó que la amarga exactitud de su pluma se hiciera carne en un individuo majete y sencillo que parecía estar más preocupado por el olor de la caca de su hijo recién nacido, que por el perfume de las musas. Más tarde, en Barcelona, asistí a un recital suyo, y al acabar le estreché la mano que me supo igual humana de cómo recordaba. Después nada.
La semana pasada entré a Documenta, una de esas librerías de referencia en la ciudad. Buscaba un libro para regalarle a Rubens por su cumpleaños, el día 1 de enero, nada más sonar las campanadas. Hacía poco me había hablado de su último descubrimiento, la voz de Kapucinsky a través de Ébano, así que no dudé en comprarle los Viajes con Herodoto. Pero claro, entrar a una librería y salir ileso es tarea imposible, así que me entretuve entre estantes y mesas de novedades.
Ahí estaba Dinero, el último libro de Pablo García Casado.

La constelación del Fracaso - II

La constelación del Fracaso - II

Volviendo al Fracaso, la segunda miga de pan, o la segunda estrella de la constelación, la encontré en la cabecera del Mundo, como si el titán Atlas llevara una diadema con una inscripción grabada. Fue este último 29 de diciembre, los quiosqueros del barrio se habían aliado para tomar los mismos días de vacaciones y tuve que andarme desde el mercado de santa Caterina hasta el del Borne y de allí a la catedral, para acabar en el de la Via Laietana, que fue el primero que había encontrado abierto pero que deseché, iluso de mí, porque no tenían el País y yo quería leer el Babelia. Así que cuando volví con las orejas gachas y el quiosquero me sonrió, me tuve que quedar con el Mundo porque a esas alturas no quedaba ni la Vanguardia.

Y allí estaba, por encima del titular, una cita que da la razón a JMA de Caltojar:

“Un fracasado es un hombre que ha cometido un error y no es capaz de convertirlo en experiencia” (E. Hubard)

La ilusión, supongo

La ilusión, supongo

Noche Buena, la Misa del Gallo y los villancicos en casa, al amor de la lumbre, que fuera hacía frío y el especial de Navidad lo daban las llamas. ¿Nochevieja? Cuando te acostabas sabías que era el último día del año, y al alba, el primero. Uvas y campanadas nunca hubo en el pueblo. La Ribera del Duero está cerca, a 25 kilómetros está San Esteban con la Denominación de Origen que llega hasta Aranda y Peñafiel, pero en Tiermes no hubo más campanas que las de Misa, y uvas, las prensadas en el vino de las botas. “Y en Reyes, ¿había cabalgata la víspera y regalos a la mañana?” Aquí mis padres casi se tronchan de risa. El abuelo se disfrazó una vez, me dice mi madre, vete tú a saber con qué, se cubriría la cabeza con un gorro de paja, porque muchos trajes no había por casa. Lo fuimos a buscar a la fuente. No sé qué traería, la ilusión, supongo. Gaspar, Melchor y Baltasar, los tres en uno, una versión reducida de los Reyes antes de que llegara el gordinflón ese que cuelgan de los balcones. Los juguetes los hacíamos nosotros. Con una caja de cartón y una cuerda llegaron los primeros autos a la aldea. Las muñecas eran del trapo que les sobraba a las mujeres en sus labores. Había dulces, sí, una especie de turrón que llamábamos guirlache, muy oscuro por la miel y repleto de frutos secos. También nos daban alguna moneda. Podíamos tenerla todo el día, y a la noche la devolvíamos a los padres, como la figurita del roscón, que si te toca eres el rey por un día.

La constelación del fracaso - I...

La constelación del fracaso - I...

Pulgarcito tiene múltiples maneras de decir las cosas. No siempre marca el camino para saber volver a casa, a veces deja migas de pan sin relación aparente, y eres tú el que descubres, por arte de magia, una constelación nueva en el firmamento, una isla de San Borondón.
Hace unas semanas aparqué el coche en la calle Petrarca. El coche iba a pasarse una temporada sin que lo moviera, así que busqué alguna referencia para acordarme del lugar. Cerré la puerta, alcé los ojos y leí el rótulo que anunciaba el nombre del bar más cercano, El Fracaso, imposible de olvidar, me dije.
He vuelto a coger el coche, y he vuelto a pasar delante del bar. Está cerca de la casa de Irene, así que paso con frecuencia, y siempre me sonrío ante el derroche de humor con el que el amo del local bautizó a su bar, sin miedo a ausentar a la clientela ni a llamar a la mala suerte, como salido de una canción de Sabina.

Trazas una línea...

Trazas una línea...

14 kilómetros


"Seguirán viniendo y seguirán muriendo, porque la historia ha demostrado que no hay ningún muro capaz de contener los sueños."
Rosa Montero

Brazil

Brazil

El otro día leí que la próxima cumbre sobre medio ambiente se celebrará en Bali, y las expectativas son que los acuerdos sean más ambiciosos y se cumplan con más ánimos que los firmados en el malogrado Kyoto. Australia ha abandonado a Bush y al primo de Rajoy en su ‘aquí no pasa nada’ respecto al cambio climático, aunque no parece que eso, ni nada, vaya a incomodar a los EEUU. Y sin embargo, el centro de las miradas se centrará en la India, China y Brasil:
“Kioto no les incluyó, ya que estaban muy lejos del consumo de energía del primer mundo. Además, como el calentamiento se debe a las emisiones de los países ricos en los últimos 250 años, no parecía justo limitar el crecimiento económico de países en desarrollo que no habían causado la situación. Las cosas han cambiado y ya no se puede afrontar problema sin estos gigantes.
Pero estos países llegan a la cumbre reclamando ayudas, miles de millones. Los que poseen grandes masas de bosque que retienen CO2 (Brasil, Ecuador o Indonesia) piden dinero para mantenerlos. No se trata de cobrar por reforestar, sino por evitar la deforestación, que es responsable de un 20% de las emisiones. En 1997 no consiguieron esas ayudas, pero de Bali pueden salir con los criterios para conseguirlas. El Banco Mundial va a presentar un proyecto sobre cómo financiar la "deforestación evitada". [El País, 3 de diciembre]
Y luego leo en el blhogar de un soriano que los bosques sorianos producen oxígeno suficiente para que respiremos todos los españoles... Sí, ya sé que Soria no es Brasil, pero hablando de desequilibrios sociales y de infraestructuras, bien que podrían subvencionarnos el oxígeno, ¿no?.

Trazas una línea... - (adenda II)

Trazas una línea... - (adenda II)

La línea gruesa marca la demarcación provincial en 1783, según Tomás López, la línia de puntos indica la actual.

Trazas una línea... - (adenda)

Trazas una línea... - (adenda)

Límite provincial de Soria en la división de 1833, mapa según Gómez Chico.

Ortega Canadell, Rosa. Las Desamortizaciones de Mendizábal y Madoz en Soria. Soria : Obra Cultural de la Caja de Ahorros y Préstamos de la Provincia de Soria, 1982

Trazas una línea... - y III

Trazas una línea... - y III

En un libro sobre las desamortizaciones de Madoz y Mendizábal encontré un mapa de la provincia en el que Montejo quedaba fuera de los límites, expulsado a un limbo, daba igual que ese limbo se llamara Segovia que Guadalajara. Sentí un instante de indignación, como si aquella demarcación geográfica fuera fruto de un acto de mala fe al margen de la época en la que hubiera sido cometido. En seguida recuperé el sentido común y el del humor, y me reí de mí mismo. Soria, como toda Castilla, tierra de laderas romas y de horizontes planos, sembrada de trigo y de piedras, frontera secular entre moros y cristianos, campo abierto para el que lo quiera caminar.
Acaso los emperadores y arquitectos implicados se sentirían orgullosos en sus tumbas si supieran que su Gran Muralla es una de las 7 maravillas, y la única visible desde fuera de la atmósfera. Acaso los que perpetraron el Muro de Berlín se llevarían las manos a la cabeza si supieran que Roger Waters escenificó The Wall sobre sus ruinas y las tiendas de souvenirs venden sus pedazos.
Y yo preocupándome por una línea de trazo ilusorio, como ilusorias fueron las pretensiones de los que levantaron castillos y murallas, porque el tiempo y el sol se lo comen todo, dejando para la posteridad monumentos a la ambición, al miedo y al poder, después de haber arruinado el presente de aquéllos a los que les tocó sufrirlos.

La energía del mundo

La energía del mundo

La exposición se abría con una taxonomía de las fronteras: las hechas con tiralíneas tras la descolonización de medio planeta, o las trazadas sobre ríos y cordilleras. Había un recordatorio de fronteras ilustres, como el Muro de Berlín, o históricas como el muro romano de Adriano y Antonino, que atravesaban la isla de la Gran Bretaña para defenderse de los bárbaros del norte; y por supuesto la monumental Muralla China, levantada durante siglos vaciando las arcas de un emperador tras otro.

En ‘Viajes con Heródoto’ Kapuscinski nos trasmite sus impresiones al visitar la Gran Muralla: “los chinos la fueron construyendo, con interrupciones, a lo largo de dos mil años. Empezaron en una época en que estaban vivos Buda y Heródoto, y todavía trabajaban en ella cuando en Europa ya creaban sus obras Leonardo da Vinci, Tiziano y Johann Sebastian Bach.
Hay disparidad de números en lo tocante a la longitud de la muralla: desde tres mil kilómetros hasta diez mil. Se debe a que no existe una única Gran Muralla: son varias. Fueron levantadas en épocas diferentes, en lugares diferentes y con diferentes materiales. Tenían, eso sí, una cosa en común: en cuanto una nueva dinastía llegaba al poder, enseguida empezaba la construcción de la Gran Muralla. La idea de seguirla levantando no abandonaba ni por un momento a los soberanos chinos. Si interrumpían los trabajos, sólo era por falta de medios, pero en cuanto se saneaban las arcas reanudaban las obras.
Los chinos construyeron la muralla para defenderse de las invasiones de las tribus mongolas [...]. Con todo, la Gran Muralla no era más que la punta del iceberg, […] un escudo de aquel país que durante milenios fue país de muros. Pues si bien la Gran Muralla sólo marcaba la frontera norte del imperio, también se alzaban murallas entre reinos en conflicto, entre regiones y entre barrios. Defendían ciudades y aldeas, puentes y desfiladeros. Protegían palacios, sedes gubernamentales, templos y ferias. Cuarteles, puestos de policía y cárceles. Los muros rodeaban casas particulares, separando un vecino de otro, una familia de otra. Y si partimos del supuesto de que los chinos levantaron murallas ininterrumpidamente durante cientos e incluso miles de años, si tomamos en consideración el número de aquéllos, su entrega y disposición al sacrificio, su disciplina ejemplar y su laboriosidad de hormigas, obtendremos un saldo de cientos de millones de horas gastadas en construir murallas, horas que en un país pobre se habrían podido emplear en cosas tan útiles como aprender a leer y aprender un oficio, en cultivar nuevos campos y criar un hermoso ganado.
He aquí por donde escapa la energía del mundo.”

Trazas una línea, y se forma un muro

Trazas una línea, y se forma un muro

226.000 kilómetros de líneas, ese es el censo oficial, o así lo indicaba la exposición Fronteras, del CCCB. Una cifra que, como la de muertos por hambre en el mundo, o la de los presupuestos militares, rebasa la capacidad de abstracción humana. Distancia inabarcable, en todo caso, para las piernas, nada abstractas, de cualquier persona en toda su vida.
El mapamundi visto desde arriba, cuarteado por meridianos y paralelos, y descuartizado por las paredes invisibles de las fronteras, semeja la imagen de un laberinto cuyos ángulos no llevan a ningún sitio. Las puertas sólo aparecen por arte de magia, ábrete Sésamo, bajo el influjo de un visado patrocinado por una tarjeta Visa.
El inventario de fronteras cerradas como heridas abiertas, era de 11. Por su original puesta en escena destacaba la bautizada “OcenMaleconDrive” en la que se contraponían dos grandes paneles en un largo pasillo, estampado cada uno con una imagen del Malecón de La Habana en contraposición a la del Ocen Drive de Miami. De por medio, en el mar-suelo, mensajes de una y otra índole, iconografía del Che y del Tío Sam. Había, por supuesto, un espacio dedicado al muro israelí, la madre de todas las fronteras, la placa tectónica que no cesa de rozarse y de escupir muertos y fuego; estaban las murallas de púas y de alambres en nuestras españolísimas Ceuta y Melilla; estaba Cachemira; estaban las fronteras que aparecieron de la noche a la mañana tras la caída de la URSS; estaba la hermética línea que parte Corea en dos; estaban los espaldas mojadas que desafían la muerte en el desierto de Arizona, y las planchas que el gobierno de los EUA utilizó para que aterrizaran sus aviones durante la guerra del Golfo Pérsico, y que ahora cortan el mar de Tijuana para que no lo crucen más que las gaviotas; estaban los gitanos que no conocen fronteras ni falta que les hace; estaba el silencioso muro que Marruecos levantó en el desierto para persuadir a los saharauis de que no volvieran a sus tierras; estaban las arrugas de las madres que esperan en la puerta de sus casuchas el regreso de su hijo guerrillero.

el refugio y III

el refugio y III

El sr. Albert había pagado la entrada delante mío, y una vez dentro nos confesó que de niño él había puesto su granito de arena para construir el refugio. El cura de la parroquia había organizado al grupo de niños de la catequesis para cargar los bancos de la iglesia hasta el refugio. Jugaban a que eran camilleros en el frente mientras veían a los hombres afanarse en acabar las obras. La guerra estaba lejos y todo era emocionante. Había bajado al refugio docenas de veces cargando los bancos y siempre había encontrado gente yendo y viniendo ocupados en mil quehaceres, pero después fue distinto: 1200 personas apiñadas temiendo que las paredes cediesen no era el mejor ambiente para imaginarse juegos. Las familias ocupaban su porción de espacio cargadas con un equipaje improvisado por si al salir su casa se había convertido en una montaña de escombros. Recordaba a una mujer que bajó con su vajilla de porcelana como si fuera su tesoro más preciado. Las bombas caían lejos, pero una de las baterías antiaéreas estaba en la falda de Montjuïc, justo encima del refugio. Cuando empezó a disparar parecía que perforaran la tierra. La mujer se asustó tanto que se le cayeron las tazas y se hicieron añicos contra el suelo. Hasta aquel día el sr. Albert no recordaba haber sabido lo que era el miedo. Era un niño sin pesadillas, ni monstruos acechando debajo de la cama o dentro del armario. Aquel día el silencio de aquella multitud era un lodo que le pesaba sobre los párpados. Nadie hablaba, nadie miraba a la pobre mujer que intentaba recomponer la porcelana de su angustia mientras seguían los cañonazos. Pese al calor asfixiante el niño Albert sentía que el sudor de su cuerpo era frío, que sus manos estaban heladas y su corazón encogido.
"¿Y qué siente ahora que ha vuelto al refugio después de tantos años?" preguntó una mujer que formaba parte de la visita. "Nada. Pensaba que me iba a afectar, la verdad, pero pesa mucho más el recuerdo de mis amigos jugando a que éramos camilleros. ¿Sabe? La mayoría de gente que dice que con Franco se vivía mejor, no saben lo que dicen, y no crean que lo digo por una cuestión política. Lo que pasa es que entonces éramos jóvenes, y es tan hermoso ser joven que somos capaces de olvidar todo lo demás."

el refugio - II

el refugio - II

El refugio estaba pensado para albergar unas 1200 personas. No estamos hablando de un agujero excavado en la tierra, se trata de todo un sistema de galerías de más de 200 metros, sistemas de ventilación, iluminación, letrinas, alcantarillado, etc., todo un lujo, sí, si olvidamos las razones por las que la gente se hacinaba en ellos. El cálculo era preciso: lleno de gente el refugio tenía aire para que cada persona respirase sin dificultad durante una hora, después el ambiente empezaba a enrarecerse. Había estrictas normas para evitar el despilfarro de oxígeno: no se podía correr, ni se podía entrar con animales, aunque perros y gallinas hubieran salvado a sus amos. Los animales se ponían nerviosos mucho antes de que sonaran las sirenas, y sus dueños lo interpretaban como señales inequívocas de alarma.

Al principio la gente no tenía miedo a los aviones, hasta entonces no se habían utilizado en ninguna guerra para bombardear ciudades, y más que miedo lo que la gente sentía era curiosidad, hasta el punto de que subían a los terrados para verlos como quien admira unos fuegos artificiales. De este modo la aviación italiana y alemana masacró a la población civil en lo que para ellos no era más que un ensayo de la II Guerra Mundial. Una vez que se comprendió el peligro la gente no dudaba en correr a refugiarse, pero desde que los aviones eran avistados hasta que se daba el aviso y por fin sonaban las sirenas, pasaba demasiado tiempo. A veces los bombardeos y las sirenas eran simultáneos, y la gente corría despavorida.

el refugio - I

el refugio - I

Era el mismo frío que nos recibió a la entrada del refugio antiaéreo nº 307 de Barcelona, en el barrio de Poble Sec, a los pies de la montaña de Montjuïc. La guía que nos lo mostró insistía en que era un refugio de lujo. Para empezar la montaña de Montjuïc es de una roca fácil de picar, los refugios del barrio de Gràcia, por ejemplo, están horadados en pizarra, por lo que construirlos debió de ser un trabajo hercúleo. Además, la montaña está surcada por ríos subterráneos, y al abrir una de las galerías los obreros toparon con una fuente natural, por lo que si fallaba la red de aguas de la ciudad, allá nunca faltaría el abastecimiento. Mientras esperábamos para entrar el sol nos derretía la paciencia, por eso nos extrañó que la guía fuera a buscar una chaqueta. Dentro hace frío, mucho frío, nos dijo. Y así era. El túnel era mucho más ancho que el del viejo boquerón, pero el frío de la piedra era el mismo. Nos internamos unos metros mientras nos situaba en los años de la guerra, en las pírricas defensas con las que contaba la ciudad para defenderse de los ataques aéreos y en la tremenda estructura subterránea con la que se había preparado para salvaguardar a la población civil.

El boquerón y III

El boquerón y III

Había que recuperar las gafas, eso estaba claro, así que empezaron a tramar un plan. Las paredes de las claraboyas tienen talladas unas escaleras, pero no acababan de dar confianza a los ingenieros, así que buscaron una rama larga para atarla al cinturón del explorador. Los únicos árboles cercanos eran unos chopos que se hacían los despistados meciéndose con la brisa. Para su desgracia uno de ellos fue descubierto y le amputaron una de sus ramas, y por desgracia para mí la madera de chopo es demasiado ligera y decidieron que al ser yo el más pequeño sería el más indicado para efectuar el descenso. Así que bajé, qué remedio, debatiéndome entre hacer ver que la aventura me seducía o denunciarles al guarda de las excavaciones por explotación infantil.

Fue más fácil de lo que creía. Estaba demasiado concentrado en asegurar bien los pies y las manos como para escuchar las arengas y consejos que me venían desde arriba. La supuesta seguridad de la rama de chopo atada a mi cinturón era más que dudosa, pero cumplía con su función de placebo. El problema fue cuando llegué al suelo, sólo tenía que agacharme y recoger las gafas, pero al agacharme mis ojos dieron con la oscuridad que manaba del túnel. Miré al otro lado, la misma penumbra sólo interrumpida por ese breve círculo de luz en el que yo me encontraba, y atravesándolo todo como si la oscuridad pudiera salir de su sombra y tocarme, una corriente que helaba mi cara. Es la primera vez de la que tengo constancia de haber sentido miedo. Miedo en su sentido básico, tal y como lo sentimos en alguna pesadilla, notando la piel y los cabellos erizándose como los de un animal preparándose ante una agresión. Me llamaron desde arriba sin llegar a romper el hechizo, pero empecé a subir por los peldaños dando la espalda a mis propios temores. No había nada ni nadie a mis espaldas, me intentaba convencer, sólo mis fantasmas, así que tocaba subir sin mirar atrás pese a sentir su aliento frío en la nuca.