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Tiermes

Cartuchos

Cartuchos

Mi tío Santiago era herrero, como su padre, pero yo no lo conocí en la fragua. Cuando yo nací la fragua ya era un negocio desahuciado, los dos únicos mulos del pueblo, el del Román y el del Leandro, cargaban sin herrajes, y sin herrajes soportaban nuestras diabluras. Pese a que la fragua servía de peña en las fiestas, o de almacén para el ayuntamiento, Santiago seguía siendo el Herrero, un mote no se deshace así como así, y menos si se ha forjado al fuego. Aunque también podrían haberle llamado el Cazador. La primera imagen que de él tengo es con la escopeta al hombro, un cinturón del que cuelgan docenas de codornices, y una jauría de chuchos saltando en derredor suyo.
Le gustaba madrugar, cosa que yo no entendía porque los animales, a mi entender, no tenían que ir a misa, por lo que estarían todo el día alborotando por el campo. Pero parecía que no. Solía montar las batidas con su hermano Alfredo. Los perros, que olían la salida de lejos, como olfateando la presa, se ponían nerviosos la noche antes y se les oía ladrar agitados en la parte de atrás de la casa, donde antes se guardaba el ganado. Por la noche Victorina preparaba las fiambreras y Santiago limpiaba la escopeta. A mí me encantaba espiarle mientras rellenaba los huecos de su cinturón con cartuchos de colores. No me atrevía a pedírselos, pero él sabía que se me encendían los ojos con aquellos juguetes prohibidos, y de vuelta siempre me traía un puñado que estaban vacíos. No era lo mismo, pero bien estaba.

Krahe

Krahe

De plaza en plaza, por corrales y posadas, los juglares llevaban las noticias en forma de cantares. Descendiente de tan noble estirpe, Javier Krahe pasea sus versos de tornillo, sus cábalas y cicatrices, sus desvaríos, en fin, por antros y cafés de pequeño aforo. Su cantar no es de gesta, y sus gestas no son belicosas, sino más bien sensuales y burlonas. La poesía y la ironía beben de su copa, y hay mezclas que no dejan resaca, sino buen sabor de boca.


Por cierto, que actúa en Soria el 19 y 24 de abril.

Barquillos

Barquillos

Atravesamos Sol para llegarnos hasta Callao y de ahí a San Bernardo. Enfilábamos por la calle menos transitada para evitar la multitud de Preciados, cuando una melodía balcánica sedujo el oído de José, amante incondicional de Kustorica. Volvimos sobre nuestros pasos y nos internamos entre el gentío para disfrutar de una orquesta callejera: violonchelo, acordeón y ocho o nueve instrumentos de viento insuflados de vida por unas bocas risueñas y desdentadas. Cuando acabaron y ya nos íbamos descubrimos otro vividor de la calle, un truhán la mar de divertido que ataviado de cheli madrileño, vendía barquillos.
En la romería de Tiermes los paisanos de toda la comarca se acercaban a la ermita con manteles y cestas para hacer una comida campestre. Emiliano, el del estanco, tenía alquilado un puesto en los soportales y allá vendía a los romeros lo que se hubieran olvidado, pero también venían vendedores ambulantes, que por la novedad eran los que llevaban la voz cantante.
- ¡Barquillos de canela y miel, que son buenos para la piel! ¡Barquillos con una pizca de vainilla, que hacen cosquillas!
El barquillero llevaba su mercancía en una especie de bombona metálica para proteger de los golpes a sus frágiles barquillos. Podías comprarlos, me cuenta mi padre, pero también podías tentar la suerte. Sobre la bombona había un volante, una rueda de la fortuna donde estaban marcados los números, del 0 al 9. Pagabas dos reales, le dabas a la rueda y la suerte estaba echada. ¿Un barquillo, siete, ninguno..?
El típico barquillero madrileño resultó ser de cualquier lugar menos de Madrid, tal vez paisano de los de la orquesta, pero había imitado a la perfección el acento madrileño y su desparpajo. Nos echamos unas risas mientras nos explicaba el funcionamiento de la ruleta entre chascarillos imposibles de reproducir por su frescura, y le acabamos comprando unos cuantos, claro, para llevarle a mis padres y para nuestra merienda.

Una tarde en el Prado - y V

Una tarde en el Prado - y V

No sé qué había aprendido de nuevo el abuelo, por mi parte aprendí y disfruté muchísimo. Entre otras cosas, y como anecdotario soriano, descubrí unos cuadros de Valeriano Domínguez Bécquer, el hermano pintor de Gustavo Adolfo, que también le había cogido cariño a la provincia y se había paseado por ella con sus pinceles. En la exposición ‘’El siglo XIX en el Prado’ se muestran ‘El baile. Costumbres populares de la provincia de Soria’ y una par de cuadros concebidos como pareja: ‘Hilandera en las cercanías de Burgo de Osma’ y ‘Leñador en las cercanías del Burgo de Osma’, los tres de 1866, que seguro que llenan de alegría al paisano burgense.

Por otro lado, de la parte de Berlanga, me informan de que algunas de las pinturas de San Baudelio se encuentran, carambolas y cambalaches de la vida, en el mismo museo, a la espera, eso sí, de que hagan sucursal en Soria.

No sabemos si llegará antes el AVE, o incluso una línea de regionales.


Una tarde en el Prado - IV

Una tarde en el Prado -  IV

Lo más sorprendente del caso es que ante semejante despliegue de pintores, fuera la figura de un escritor la que, sin embargo, se me apareciera invocada. En la enésima sala que cruzaba vi a un viejo inclinándose hacia un cuadro para facilitar la tarea a sus cansados ojos. Cuando llegué a su altura se giró y me dirigió la palabra con una familiaridad que me hizo pensar que me confundía.

-Llevo años viniendo al Prado, y siempre aprendo algo nuevo.

El abuelo me volvió a dar la espalda y se fue antes de que alcanzara a responderle, desapareció al doblar una esquina en el laberinto de historias dibujadas en los lienzos.
Es Borges, alcancé a pensar cuando por fin reaccioné. Es Borges que ha encontrado el pasaje secreto que comunica su biblioteca infinita con el Museo del Prado.

Una tarde en el Prado - III

Una tarde en el Prado - III

Lo narrativo en la pintura es tal vez el más simplista de los acercamientos a este arte, pero tal vez también sea el motivo primigenio que motiva las primeras manifestaciones, allá por las paredes de cuevas remotas, o más tarde como vía directa para explicar a la analfabeta plebe la vida y milagros de héroes y dioses, o episodios históricos y sagrados. Para un diletante como yo la anécdota histórica es un señuelo que funciona, y si partimos de esta base, la escena detenida por los pinceles entre las cuatro paredes de madera supone una caja de Pandora que ante nuestros ojos desarrolla el relato: la cabeza decapitada de san Juan Bautista en las manos de Salomé, Saturno devorando a sus hijos temeroso de perder su trono, lanzas erguidas proclamando la victoria sobre Breda…

Sin duda el valor realista de la pintura perdió interés con la aparición de la fotografía desviando la atención más si cabía hacia cuestiones formales, pero mausoleos como el del Prado conservan una colección de arte desde la antigüedad hasta los albores de la modernidad, de modo que alberga un repertorio casi infinito de historias que se suceden por las paredes de salas y pasillos. Ante semejante despliegue, después de contemplar el Jardín de las delicias, del Bosco, o el Triunfo de la muerte, de Brueghel, donde el espectador podría detenerse hasta llegada la hora de cierre, y aún no habría desvelado todos los detalles de todas las escenas, más delirante cada una que la anterior, ¿qué podemos esperar de las innumerables salas que nos esperan con la mirada de Goya, Velázquez, el Greco, Rubens, Tintoretto y una larga lista que nos agotaría de sólo enumerarla? El mareo, la crisis nerviosa, el mal de Stendhal, si lo prefieren.

Una tarde en el Prado - II

Una tarde en el Prado - II

Tengo en Madrid una amplia parentela, y un nutrido grupo de amigos, casi todos originarios de Tiermes, hijos de aquellos que cogieron el camino contrario del que tomaron mis padres cuando emigraron. El caso es que entre bodas, comuniones y bautizos, visitas esporádicas y juergas varias, me he dejado caer por los madriles en más de una y de dos ocasiones, nunca, sin embargo, había ido al Prado. En mi descargo debo decir que allá por la lejanía de COU, en alguna visita cuyo motivo no recuerdo, aproveché un lunes ocioso para visitar el museo. Iluso de mí, descubrí que el lunes es día de guardar por todos los museos del mundo mundial, y me quedé en el Jardín Botánico visitando las adelfas. Azares del destino, me topé con Mª Antonia Segura, mi profesora de Lite, la adorable culpable de mi afición por las letras, y me adoptó en un paseo entre las flores que recordaré por los tiempos de los tiempos. Pero ya me estoy yendo. El caso es que desde entonces el Prado era una de esas causas pendientes que no encontraba el momento de abordar, cuya escusa era siempre Stendhal. Hasta este febrero.

Una tarde en el Prado - I

Una tarde en el Prado - I

El Mal de Stendhal en el Museo del Prado, como en las Estaciones del hombre, es una dolencia que me alcanza sin remedio cuando me pierdo en un laberinto cualquiera donde se acumulen las obras de arte. El mal de Stendhal no es una enfermedad preocupante, el término se acuñó para describir la crisis nerviosa que vivió Stendhal en uno de sus viajes por Italia, concretamente en la basílica de la Santa Croce, en Florencia, tras una exposición continuada al sol del arte, como si las esculturas de Miguel Ángel, la arquitectura renacentista, o los lienzos de tantos maestros italianos juntos, afectara los sentidos más que los rayos ultravioletas del astro sol. Digamos que es una enfermedad de la que no hay que preocuparse demasiado. Hoy en día el hombre moderno, turista, más que viajero, sufre más por el estrés de unas vacaciones a golpe de pito para completar el programa de visitas, que por deslumbrarse ante los pechos de una afrodita de mármol, pongamos por caso. Estresan más el tráfico y las campañas electorales, y si a eso sobrevivimos, es que tenemos estómago. Pero es una dolencia que no está de más conocer, porque no ocupa lugar, y porque nos puede ser útil para ahorrarnos alguna visita cultural que por H o por B, nos dé franca pereza. ¿Que te invitan al fútbol? Uy, perdona, es que tengo el mal de Ronaldinho.

Abraza la Tierra - y III

Abraza la Tierra - y III

Abraza la Tierra - II

Abraza la Tierra - II

Por azares de los abrazos el ojo de Soria comentaba hace unos días la película "El viaje inverso" de la que en su momento también nos llegó el eco por estos pagos. Lo que se me había pasado desapercibido era que Abraza la Tierra había sido una de las mecenas del proyecto, motivo añadido para aplaudir su trabajo, sobretodo cuando lees titulares como "Se vende pueblo" que también recogía el Ojo de el blog pueblos abandonados, una página dedicada a inventariar con rigor el censo de los pueblos abandonados de España, o en proceso de serlo. Una lista en la que uno desea no conocer a los censados, ni que te toquen de cerca. Aunque alguno habrá, porque mirando el mapa que adjunta el autor del blog, a uno se le parte el alma cuando ve la profusión de estos pueblos echados a perder en las provincias de Segovia, Guadalajara y, cómo no, Soria.
Acertadamente Lima comentaba que sobre la despoblación, ningún político ha hecho ofertas de esas con las que se les llena la boca en los tiempos que corren.

Abraza la Tierra

Abraza la Tierra

Como surgido del Libro de los abrazos, Ricardo Soriano, que pese el apellido, es de Albacete, me pasó la dirección de Abraza la Tierra, y de paso el guiño cómplice de alguien que, como yo, alberga el sueño, difuso, pero sueño al fin y al cabo, de abrazar la tierra, los árboles y la vida fuera de las grandes ciudades.
La Asociación pretende dar respuesta al grave problema de la despoblación en el medio rural, y entre sus objetivos están el de crear una red de oficinas locales que asesoren al nuevo poblador e inventariar los recursos de las zonas a estudio.
Tienen 15 proyectos en funcionamiento ubicados en las dos Castillas, Aragón, Cantabria y Madrid, y cuatro de ellas están en Soria: Almazán, Abejar, San Estebany Ágreda.

Genghis Khan - y IX

Genghis Khan - y IX

El imperio de terror de Genghis Khan es algo más tardío, allá por los albores del s. XIII. Sobre las conquistas y atrocidades de este buen hombre no nos extenderemos ahora, no viene al caso. Lo que querría destacar es esa preocupación por la posteridad que le llevó a perpetrar una terrible masacre incluso después de muerto, en su caso, al parecer, más creíble que en la historia de su colega del califato.
El Khan no sólo dejó encargado que le enterraran rodeado de todas las riquezas que había saqueado, sino que también habrían de sepultar con él a una cohorte de sus mejores caballos y de sus mejores doncellas, después de lo cual sus guerreros habrían de cabalgar sobre el túmulo de su tumba hasta que no quedara rastro. De vuelta al campamento los obedientes y apenados soldados descubrieron que el Khan había dejado todavía un recado que les concernía, y fueron degollados para que no quedara testimonio alguno del lugar donde descansaba su cuerpo.
Pero no por ser un asesino el gran Genghis Khan deja de ser el único personaje mongol que ha trascendido, así que su efigie aparece en los billetes nacionales y en iconografías religiosas de toda índole, y pese a que el gobierno ha admitido recientemente expediciones arqueológicas para tratar de descubrir el paradero de su tumba, éstas no son bien vistas por la población, porque consideran que remover la tierra molesta a los muertos. Y bien visto razón no les falta, claro que a los vivos a quienes mandó enterrar consigo tampoco les debió hacer gracia.


Almanzor - VIII

Almanzor - VIII

Y por último dos historias referidas a tesoros y tumbas, dos vidas de leyenda que, pese a estar separadas por miles de kilómetros y cientos de años, conservan un macabro parentesco, las de Almanzor y la de Genghis Khan.

Los caudillos mongoles tenían la irritante costumbre de masacrar todo a su paso sin ánimo de conquistar. ¿Por qué administrar una ciudad y su territorio si ellos no tenían ciudad propia? Y sobre todo ¿Por qué hacerlo si las ciudades se habían demostrado débiles ante sus artes de la guerra? El caso de Almanzor era bien distinto, tras múltiples intrigas de corte había alcanzado el poder de Al-Andalus, pero no había luchado contra los cristianos, algo inconcebible para un líder cordobés de la época, tanto como para un presidente de los EUA de hoy en día que no haya metido sus soldaditos en tierras de Oriente. Pero no nos desviemos del tema. Almanzor, como el Khan, tampoco pretendía conquistar, sus aceifas tenían como objetivo machacar a los enclenques reinos cristianos y enriquecerse a su costa. Y a fe que lo hizo. La cronología es escalofriante: en el año 981 arrasa Zamora, en 982 toma Zaragoza, en 984 León, devasta Astorga y los monasterios de Sahagún y Eslonza. En 985 saquea Barcelona, pero su mejor actuación, la que volvió loco a sus seguidores, fue la llevada a cabo contra Santiago de Compostela, corazón de la cristiandad hispana. Arrasó la ciudad y volvió a Córdoba con las campanas de la catedral a hombros de esclavos cristianos en una particular peregrinación hasta la capital de califato. El resto de ataques los dirigió contra Navarra, cuyo rey, años antes, había bajado hasta Córdoba para rendirle pleitesía, pero ni por estas. La historia dice que su última expedición la hizo contra Castilla, pero hacia el verano de 1002 se encontró enfermo en tierras de Soria y buscó refugio en la retaguardia. Dicen que murió cerca de Medinaceli. La historia popular dice que esta enfermedad era la de la derrota, y que huyó por tierras de Calatañazor donde los cristianos por fin pudieron darle venganza (“En Calatañazor, Almanzor perdió su tambor”), aunque testimonios históricos de solvencia no existen, y los argumentos con los que he dado parecen más un intento muy nuestro de salvar la honra con gestas, que tienen más de legendario que de histórico.
¿Pero dónde está el cuerpo de Almanzor? Mientras que los paisanos de Calatañazor aseguran que el Valle de la Sangre lo es por la sangre morisca que en él se vertió, y no por el tinte que le da el atardecer, los paisanos de Medinaceli dicen que la insigne tumba está oculta en alguna colina de las proximidades, y que alberga no sólo su cuerpo, sino un fabuloso tesoro, Mesa de Salomón incluida. Sin embargo, los vecinos de Sierra Magina, entre Jaén y Granada, no presumen de tener sus mortajas, no, pero sí su tesoro, pues dicen que cuando el caudillo escuchó el aleteo de la muerte decidió buscarle un escondite a su fortuna, tras lo cual mató al amigo que le había ayudado a encontrar el escondite, y no contento con eso aniquiló también a todo su séquito para que no hubiese posibilidad alguna de ser traicionado. Encantador, ¿verdad?
En su descargo he de decir que las páginas que he encontrado sobre el mito de la muerte de Almanzor, hacen referencia al sentimiento de inferioridad que arrastraban los cristianos ante el victorioso enemigo, y que eso fomentó la creación de leyendas sobre su derrota y probablemente las historias sobre su malévola persona.

Ya lo dicen, que la historia la escriben los vencedores -a veces con mejor y otras con peor letra- aunque sea 4 o 5 siglos más tarde, pues a Almanzor no le venció más que la muerte.

El becerro de oro y la bañera de bronce - VII

El becerro de oro y la bañera de bronce - VII

"La leyenda del "becerro de oro" retoma la imagen del ídolo del Antiguo Testamento y la aplica al mito del deseado oro de Tiermes. Esta leyenda, totalmente moderna, es conocida por los habitantes actuales de la comarca, que desconocen en cambio su reciente origen. Incluso, algunos la creen en parte. También es muy reciente (de los años 1930) la leyenda de la “bañera” de oro o bronce encontrada por el arqueólogo Blas Taracena mientras excavaba acompañada de su joven hija y un grupo de obreros de la zona. Según se cuenta, nada más apreciar Taracena el valor (se supone que monetario) de su descubrimiento, dio el día libre a sus obreros y quedó a solas con su hija junto al hallazgo. Naturalmente, al día siguiente el valioso objeto había desaparecido y los obreros no volvieron a ver “la bañera”, de la que Taracena nunca habló a nadie. Esta historia indica que para muchos lugareños de principios de siglo la labor de los arqueólogos era no documentar el yacimiento sino apoderarse de tesoros, de los que Tiermes estaban seguros rebosaba en sus entrañas."

Extraído de Gentes de Tiermes

Tesoros imposibles - VI

Tesoros imposibles - VI

"En 1888, Nicolás Rabal cuenta que los naturales de la zona creían que la "plaza de armas del castillo" (el Castellum Aquae) albergaba encerrados "inmensos tesoros", sucediendo que "unos vecinos de Berlanga de Duero emprendieron este invierno la exploración en busca de los supuestos tesoros" siguiendo la dirección del acueducto (el túnel, caño o boquerón) y sus claraboyas. Afortunadamente para la integridad de las ruinas, las exploraciones demostraron pronto ser inútiles y no llevar a ninguna parte, por lo que los vecinos desistieron. Con el hallazgo a fines del siglo XIX de las llamadas pateras de Segovia, dos cazos de plata labrada con inscripciones depositadas hoy en la Hispanic Society de Nueva York, y del hallazgo repetido a los pocos años y en el mismo lugar de otras dos nuevas pateras (hoy extraviadas) la ambición de los lugareños convirtió Tiermes por unos años en lugar de peregrinación y expolio. Según Rabal, durante una larga temporada todo el mundo se dedicó a realizar hoyos y excavaciones a lo largo de los restos de la ciudad. "Aquellas buenas gentes no dejaban piedra sobre piedra y destruían todo cuanto encontraban a su paso como no fuera un objeto de plata u oro". "Despertose ... de tal modo la codicia de los naturales que todos, hasta el viejo Santero de Ntra. Sra. de Tiermes, se dieron a arañar la tierra sin dejar un palmo", y el hallazgo de 11 anillos de oro con piedras preciosas grabadas alentó aún más a los excavadores, sobre todo cuando unos vecinos de Sotillos hallaron 11 monedas de oro y 97 de plata. "Fortuna ha sido que estos labradores ... no hayan tenido constancia... de otro modo este invierno pasado hubieran acabado para siempre las ruinas de Termancia ". Rabal cuenta que en una vivienda descubierta en 1886 había "un pavimento de grandes baldosas de mármol "pulimentadas en la parte superior" y las paredes "estaban revestidas" de "pintura con adorno y figura", pero el labrador, en "despecho de no haber encontrado una olla de dinero o algún objeto de plata u oro" lo deshizo todo. Sentenach alude en 1911 a la fantasía de los lugareños que "les hace soñar con deslumbradores descubrimientos". "Consérvase entre ellos memorias de algunos muy notables, de tesoros riquísimos que fueron llevados en noche célebre por unos del Burgo de Osma, tan bien informados que no tuvieron más que cavar en determinado sitio para dar con tanta riqueza, abandonando hasta la cena preparada por no perder un momento en alejarse de allí, logrado su objeto ". En resumen, los “tesoros” hallados en Tiermes a finales del siglo XIX y la ambición popular han estado a punto de causar la demolición de los restos de la ciudad. Mucho vestigios seguramente se han deteriorado o perdido para siempre en el transcurso de las búsquedas "de tesoros" y "dineros" por los lugareños y por personas llegadas ex profeso desde otros lugares.”

Extraído de Gentes de Tiermes

El cuerno de la abundancia - V

El cuerno de la abundancia - V

Los arqueólogos han de agradecer sus grandes descubrimientos a esas personalidades megalómanas dignas de psiquiátrico, pero también los buscadores de historias les tenemos que agradecer un cuerno de la abundancia del que surgen sin parar leyendas que pretenden agarrarse con uñas a la historia. En los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving, hay innumerables relatos referidos a los tesoros que los moros enterraron en su día pensando que podrían volver a recuperarlos tras la Reconquista. Las Mil y una noches está trufado con historias que parten de los mismos principios, como si la tradición popular, antes de que se inventara la lotería, quisiera creer que el Gordo existía debajo de una casa en ruinas, en el fondo de un pozo, o tras las enredaderas que cubren la entrada de una cueva. Pero la historia que nos queda más cerca es la de la mismísima Tiermes.
Ya hace unos meses el paisano del Burgo me dio a conocer
unos videos sobre la exposición Gentes de Tiermes. Más tarde, cuando busqué la información sobre el proyecto Life encontré el librito que acompañaba a la muestra, y de todo él me llamó la atención especialmente el último capítulo, dedicado en exclusiva a aclarar leyendas sobre supuestos tesoros. Me pareció tan elocuente que he decidido transcribirlo en las dos próximas entradas.

Ajuares - IV

Ajuares - IV

Pero no sólo el diablo cunde para contar historias. En un artículo que me pasó Joanna se pone de manifiesto que las tumbas halladas en la necrópolis de Carratiermes no se ordenan arbitrariamente sobre el terreno. Tanto los restos humanos como los distintos elementos del ajuar funerario señalan al norte, lo que permite suponer que nuestros ancestros arévacos tenían ciertos conocimientos de la bóveda celeste.
Lo del ajuar es una palabra que siempre me ha hecho gracia, porque de asociarla al conjunto de ropas y enseres que se van recopilando durante la soltería para llegar a la boda con solvencia como para formar un hogar, llegamos a la otra acepción, la de la selección de los objetos íntimos que deben acompañar al difunto para llegar en condiciones a la otra vida. No, no es que esté comparando el matrimonio con la muerte, en todo caso tal comparación tendría sentido si se considerara que tras la muerte (o tras el matrimonio) da comienzo otra vida, la del alma, libre ya de sus despojos carnales a la que, sin embargo, nos empeñamos en amarrarnos con broches, dagas y collares, como si la parca y las deidades fueran a tener en consideración el origen humilde o noble del cesante terrenal. Aunque si lo pensamos bien a estas alturas seguimos sin saber nada de lo que hay después, así que ¿por qué dejar en el terreno de los vivos lo que tal vez pueda ser útil del otro lado del Estigia? Los faraones egipcios, algo menos humildes que mis paisanos del Tiermes celtíbero, erigían pirámides y tumbas espectaculares con trampas para persuadir a los bandidos de intentar quitarles lo que habían conseguido con el sudor [sic.] de su frente, y se mandaban enterrar con tinajas llenas de perfumes, joyas y oro, con ricos alimentos para no pasar apetito en los ratos de espera, con sus mejores caballos, sus mascotas de compañía y, cómo no, sus concubinas, esposas y esclavos, no fuera que en el más allá no tuvieran un buen servicio.
Ya lo dice el refrán, genio y figura hasta la sepultura.

Los estanques de Sils - III

Los estanques de Sils - III

En compañía de Irene hace un año que voy con frecuencia a los estanques de Sils. Están cerca de Girona, en tierras que antaño pertenecieron al Duque de Medinaceli. El paludismo, la malaria y otras pestes hacían estragos entre la población de hace unos siglos, así que los aldeanos llegaron a un acuerdo con el duque: ellos se encargarían de desecar la laguna evitando así la proliferación de enfermedades, y de paso ganarían buenas tierras de cultivo para beneficio del noble. En el pacto no estaba estipulado, pero acabar con la maldición también estaba en la mente de los lugareños. La laguna está envuelta en nieblas la mayor parte del año, y de entre la bruma, al amanecer y a la puesta del sol, provienen unos chapoteos acompañados de gritos que hacen pensar en las almas castigadas del infierno. La leyenda cuenta que el diablo había retado a San Martín a ver quién daba el salto más largo. Subieron ambos al Matagalls, allá por el Montseny, y se dispusieron a dar el salto. Del santo no se sabe dónde cayó, probablemente se quedó parado, viendo al infeliz del diablo sumergiéndose en las aguas del estanque, que desde entonces quedó maldito. Más tarde, ya en el siglo XVII, un texto anónimo narra la historia de Pere Porter, un pobre hombre al que se le reclamaba una deuda que él decía haber pagado. Como el notario al que atribuía el error había muerto, Pere Porter se armó de valor y bajó al infierno (¿dónde iba a estar si no un notario?) por las aguas del estanque. Volvió triunfador con el acta corregida y asombrado por haberse topado en las calderas con personalidades que en vida habían sido consideradas de lo más respetables.
Erradicadas las enfermedades, las aguas del estanque vuelven a cubrir la zona, y las aves migratorias cuyos graznidos semejaban lamentos de almas en pena, pueden disfrutar de un entorno idóneo para sus tránsitos migratorios.

Cosa curiosa, la recuperación de la zona forma parte del proyecto Life de la UE, proyecto del que también forma parte Tiermes.

Las 21 puertas - II

Las 21 puertas - II

Nadie dice que no lo hicieran unos y lo repitieran más tarde otros, quién sabe si los aparecidos de las curvas del mundo entero tienen un sindicato y se reúnen en congresos anuales, un año en Despeñaperros, al siguiente en las Dolomitas. Las historias que se cuecen de boca en boca son las más susceptibles de acabar transformadas. ¿Se acuerdan del juego del teléfono? “Por aquí me han dicho...” y al final todo quedaba tergiversado en un galimatías sin sentido que nos hacía morir de risa. Las palabras se parecen al agua de los ríos, la ves saltar de roca en roca y no puedes llegar a imaginar a qué playa irán a parar. Buscar su nacimiento es como buscar las fuentes del Nilo y olvidarnos de sus de afluentes. Joanna comentaba hace unas semanas que buceando por el folklore peninsular es sorprendente la de historias en las que aparece el diablo burlado una y otra vez por nuestra picaresca patria. ¿Pero cuál fue la primera historia en la que sale a colación el averno y su inquilino el diablo? ¿La de la serpiente y la manzana, la de Cerbero en el Hades o la de los 21 infiernos hindús antes de llegar a la reencarnación? Que la sima de Tiermes sea una puerta para el Maligno, no significa que sea la única, algo que por otro lado, parece evidente a juzgar de cómo va el mundo.

Historias comunes - I

Historias comunes - I

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Cuando escuchamos una historia y nos percatamos de que se parece a otra que ya conocemos, la primera reacción es hacerlo saber, corregir al narrador y defender la primacía de la historia que nosotros conocemos. Un compañero de universidad nacido en Argelia comentó en clase que se quedó estupefacto cuando en España escuchó el relato de la chica del coche. Ya saben, es de noche, un coche avanza por las sinuosas carreteras del Garraf (esa es la versión que yo conocía) y de repente aparece una autoestopista. El conductor se detiene, la mujer sube pero se muestra muy poco conversadora. Después de unos minutos doblan una curva donde una cruz y unas flores señalan el lugar de un accidente. “Esta es la curva donde yo me maté” dice la chica, y desaparece del asiento de copiloto. No recuerdo los detalles distintivos que me dio el muchacho argelino, seguro que no había cruz, y en lugar del Garraf sería un pueblo de sus montañas, pero la historia ya estaba ahí dando vueltas por las curvas, saltando de boca en boca antes de que nadie pudiera hacerla suya.
¿Conocen la historia de Mizar y Alcor? Se trata de dos de las estrellas que forman la constelación del Carro (es la segunda estrella comenzando por el "mango" del cazo). A simple vista sólo se distingue una, es lo que en astronomía se conoce como estrella doble, pero si se mira con atención y se tiene buena vista, se puede llegar a distinguir cada una de ellas. La primera vez que oí hablar de ellas me contaron que Cristóbal Colón seleccionó a los marineros de sus calaveras preguntándoles cuántas estrellas contaban en la constelación del Carro, los que acertaban a ver la estrella doble eran admitidos, los que no, quedaban en tierra. Al cabo del tiempo escuché la misma historia, pero los inspectores de recursos humanos que empleaban semejante treta para contratar nuevos empleados eran los capitanes de las naves del Imperio Romano.