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Tiermes

La comarca y alrededores

Un lavabo de madera (I)

Un lavabo de madera (I)

Hasta el año 1973 no canalizaron el agua del manadero de Pedro, y por consiguiente, hasta entonces el agua estaba en la fuente, sin más cañerías que botijos, cubos y cualquier otro recipiente que se pudiera cargar hasta casa. Los orinales no eran piezas más o menos grotescas de un museo etnológico, eran el excusado portátil donde los vecinos evacuaban. Antes de que yo naciera mi hermano ya había aprendido a sentarse en el lavabo de casa, allá en Barcelona, por lo que los modos del pueblo le contrariaban. Por suerte, mi abuelo Higinio, el abuelo materno, era un manitas con la madera. No tenía oficio de carpintero, sino de labrador, y no tenía buenas herramientas, pero igual que labraba la tierra, labraba la madera. A la que encontraba un rato libre y un tarugo de encina que le inspirase, lo salvaba de la hoguera como quien indulta a un reo a un paso del cadalso. Un rodillo para amasar el pan, una mesa pequeña para jugar a las cartas, un caballo de palo, cualquier cosa salía de su navaja. Cuando vio al nieto en tales tesituras se puso manos a la obra. Había visto los lavabos modernos en las casas de sus hijas, unas en Madrid, la otra en Barcelona, y sabía lo que eran: sillas con un agujero. Así que cortó unos troncos, los unió con travesaños y les plantó encima una madera a la que previamente había practicado un agujero. Juan Carlos, mi hermano, podía ir al baño sin desaprender lo que había aprendido en Barcelona, sólo tenía que bajar a la cuadra y sentarse en la sillita que le había hecho el abuelo. Pero hay detalles que no escapan a la perspicacia de un niño, y después de hacer uso del trono, buscaba la cadena, y claro, no la encontraba.

Del románico al parque eólico - y IV

Del románico al parque eólico -  y IV

"Las que sí que viven, ¡y no poco!, son las encinas mastodónticas, alguna de más de 800 años de edad, de Valderromán, aldea que se deja a mano izquierda según se avanza hacia naciente por la falda de la sierra, camino de Tarancueña. Aquí, en la Tarankunya de las crónicas sarracenas, nace el sendero más bello de la comarca, que permite plantarse en un par de horas en la vecina Caracena -un puente medieval, un castillo, dos iglesias románicas y 11 vecinos- caminando por el cañón del río Adante, un paraje de soledad 10 en la escala Robinsón, sólo mitigada por los buitres que hacen guardia en los acantilados.
Tampoco se ven multitudes en Retortillo de Soria: sólo cuatro ancianos sentados al sol que rebota en el frontón, mirando los muros caídos de su patria chica, que debieron de ser magníficos a juzgar por las dos puertas que quedan en pie. Por Retortillo, cuando Castilla aún era joven, pasó con doce de los suyos Ruy Díaz de Vivar, para acto seguido cruzar la sierra en pos de Miedes de Atienza, ya en territorio moro. Diez siglos después, lo único que ha cambiado en este puerto sin nombre ni tráfico, por el que se vuelve de nuevo a la parte de Guadalajara, son los generadores eólicos que se descubren a diestra y siniestra, plantados a lo largo de toda la cresta. Al Cid, que poseía varios molinos en el río Ubierna, difícilmente le habrían placido estos que ni muelen nada ni tienen molinera."

Del románico al parque eólico - III

Del románico al parque eólico - III

"Además de iglesias románicas, la ladera guadalajareña alberga el monumento natural de la laguna de Somolinos, una charca en forma de media luna, de 300 metros de largo, orlada de carrizos y choperas, donde el recién nacido río Bornova se vuelve un espejo. Por el norte asedian el oasis varias gargantas sedientas, fantasmales, cuyos escarpes fingen proas de barcos naufragados en el remoto mar que dio origen a estas espesuras sedimentarias. Al adentrarse a pie en ellas se descubre un escenario onírico, todo piedra, todo alma. ¿Sierra de Pela? Mejor le iría Pelá.
Para ver la otra ladera, la soriana, hay que tirar por la carretera de Ayllón y tomar, entre Grado del Pico y Santibáñez, el desvío señalizado hacia el yacimiento de Tiermes, las fabulosas ruinas de la ciudad celtíbera que los romanos conquistaron en el año 98 antes de Cristo, siendo cónsul Tito Didio, y convirtieron en la Pompeya española, una animada urbe con teatro, piscinas climatizadas y mansiones de hasta 35 habitaciones, dejando el mondo cerro de arenisca en que yacen sus restos más agujereado que el decorado de Bricomanía. ¡Y pensar que hoy en esta esquina del suroeste de Soria apenas vive nadie, ni un alma por kilómetro cuadrado, menos incluso que en el Sáhara!"

foto: flickr

Del románico al parque eólico - II

Del románico al parque eólico - II

"Protegida del paso del tiempo por una burbuja invisible -probablemente del mismo jabón que eliminó de los mapas del progreso la céntrica sierra de Pela-, se conserva en Albendiego la iglesia de Santa Coloma, que es de arenisca bermeja, como casi todas las de la comarca, y cuyo elemento más llamativo es un ábside semicircular con tres altos ventanales cerrados por celosías de piedra tallada. Por estas ventanas caladas -que, más que de canteros, diríanse labor de encajeras- se cuela en la única nave una luz espectral, asaz misteriosa, aunque bastante misterio es que unos hombres se reunieran aquí cada tres horas, día sí y día también, hasta el fin de sus monótonas vidas, para loar al Creador del variado universo. Quizá por eso la Reconquista se demoró 781 años. Las llaves del templo, grandes como espetones para asar pollos, las guardan en el único bar.
Albendiego forma parte, junto con Villacadima y Campisábalos, de la llamada ruta del Románico Rural de Guadalajara. La iglesia de San Pedro de Villacadima tiene una portada con arquivoltas de decoración geométrica -insólita en el románico-, y en el interior, grandes arcos que llegan hasta el suelo. En la de Campisábalos, además de un ábside plagado de canecillos con escenas de caza y un atrio de solemnes arcos semicirculares, puede admirarse, decorando la fachada de la capilla del caballero San Galindo, una representación escultórica de los 12 meses del año con sus correspondientes faenas agrícolas. A esto, los que van de eruditos le llaman mensario."

foto: flickr

Del románico al parque eólico - I

Del románico al parque eólico - I

Hace unas semanas ’EL Viajero’ dedicó un cuidado artículo a las tierras que vertebra la Sierra Pela. Digo ’vertebra’, aunque más realista sería decir que ’divide’, porque pese a la proximidad entre las comarcas segoviana, guadalajareña y soriana que se derraman de sus laderas, no hay carreteras que unan los pueblos y las gentes de ambas caras. Para transitar de unos a otros hay que dar un rodeo inverosímil, o atreverse a pie o con caballo, como hiciera el de Vivar camino del exilio. Excursión, por otro lado, recomendable.

Este es el primero de 4 post, pero quien quiera consultar el artículo en su fuente, lo puede hacer desde este enlace:

Campos, Andrés "Del románico al parque eólico: contrastes de la sierra de Pela, la solitaria frontera de Soria y Guadalajara" en ’El Viajero’ (EL PAÍS), 22 de marzo de 2008.

"Soñamos con poder vivir en Marte, y la sierra de Pela, que es un catálogo deslumbrante de páramos y barrancos colorados, registra una de las densidades de población más bajas de nuestro planeta: 0,8 habitantes por kilómetro cuadrado. Y qué no darían muchos ricos por viajar atrás en el tiempo y, como suele decirse, mirar por un agujerito cómo era la Edad Media, en tanto que la iglesia visigótica de Pedro y la románica de Villacadima, por citar dos perlas de aquella época, se quedan no pocos fines de semana como la ratita presumida, sin que nadie las vea. Debe, pues, concluirse que nos atrae lo inaccesible y que si la sierra de Pela, en lugar de estar a una hora y media de Madrid, cayese en la cara oculta de la Luna, habría varias expediciones de la NASA en marcha y turistas rusos dispuestos a desembolsar cien millones de euros para contemplarla desde una nave orbital y gente corriente soñando con colonizar, ¡oh, felicidad!, ese mundo rojo y vacío.
La sierra de Pela -que otros dicen de Miedes, y otros, para que haya más variedad, de Atienza- es la misma que el Cid cruzó en 1081, al expirar el plazo que el rey le dio para salir de Castilla, dejando a sus espaldas la actual provincia de Soria y entrando en tierras musulmanas, cual eran entonces las de Guadalajara. Un siglo después, sin moros ya en la cresta, los agustinianos fundaron en la ladera meridional el monasterio de Santa Coloma de Albendiego, y a su calor brotaron media docena de aldeas en las que pocas cosas han cambiado desde aquellos días, ni para bien ni para mal. Hasta el vendedor ambulante que abastece semanalmente estas soledades con su camión frigorífico se anuncia soplando una trompetilla, como si fuese pregonando bulas en vez de pescadillas."

El graderío - y III

El graderío - y III

Pero todo esto venía por lo del graderío, que ya se me ha vuelto a ir la castaña. Decía que los programadores no tenían problemas a la hora de repetir las películas (bueno, de los de ahora ni te cuento), y que con tanta procesión, hostia y colonia Nenuco, uno no acababa de verlas acabar. Yo tengo la sensación de haber visto Espartaco y la Biblia tropecientas veces, pero acabarlas, lo que se dice acabarlas… pues mis dudas tengo. Aún así, la preferida por todos era Ben-Hur, con Charlton Heston dándole con el látigo a los caballos, derrapando en la arena del circo y luciendo músculo cuando Stallone y Swarzenager todavía eran enclenques proyectos de simios.
Los paisanos y los arqueólogos podían tener las dudas que quisieran, pero para nosotros estaba claro: el graderío era un circo, y después de pasar por Berlanga el Heston se había venido a dar una vuelta por Tiermes con sus cuádrigas.

El graderío - II

El graderío - II

Lo cierto es que la sabiduría popular daba por hecho que el boquerón unía Tiermes con Caracena, y la sima del cerro con el Infierno, pero nunca había escuchado tajantemente a ningún paisano hablar sobre el Graderío Rupestre. Por chocante que pareciera en eso estaban de acuerdo los paisanos con los arqueólogos. Algunos decían que eran las gradas de un circo, otros que del teatro, otros incluso que si era un merendero, pero ninguno lo afirmaba con total seguridad, y en eso echaban la culpa a los estudiosos, que no acaban de encontrar la solución. Para mí estaba claro. Cada Semana Santa los programadores de Prado del Rey se tomaban vacaciones. Tanto la uno como el UHF emitían lo mismo: que si Marcelino Pan y Vino, que si la Biblia, que si las Misas y las procesiones… Semana Santa eran la colonia Nenuco luchando contra el remolino de mis rizos, el traje de domingo y el olor a cirio y moho de iglesia. Todo el pueblo apretujado contra el frío y desafinando en armonía con el señor cura, el de la voz de oro: “y mira que canta mal, el pobre, pero él erre que erre, ¡canta todos los salmos!”, que decía mi madre.

Después estaban las procesiones donde la tía Costan tapaba con su vozarrón a la del cura, a dios gracias, los monaguillos manejaban con destreza el incensario, y Epi oficiaba la subasta para ver quién le quitaba el manto de dolor a la Virgen. Para los chavales todo eso eran rituales más o menos aburridos, lo que nos gustaba era alborotar en misa. Durante toda la semana íbamos atesorando las monedas que Emiliano nos daba de cambio cuando le comprábamos golosinas. Cuando llegaba la misa subíamos al primer piso, donde el viejo órgano dormía, y esperábamos a que el monaguillo pasara por las últimas filas, justo encima del balcón. A quien le tocara ejercer sabía que le iban a llover pesetas y duros, y más que intentar cazar las monedas al vuelo, se protegía la mollera. Una vez, en plena eucaristía, el cura le soltó un bofetón a Carlos, que hacía de monaguillo, por jugar con el plato frente la barbilla de no sé quién. Fue la hostia más sonada, en el vermú no se comentaba otra cosa. Al cabo clausuraron el piso de arriba y el órgano se acabó de quedar solo, con el gorgoteo de las palomas y su guano.

El graderío - I

El graderío - I

En el segundo número de la revista de historia ‘Nonnullus’, Joanna Matías presenta la primera parte de un estudio pormenorizado sobre el yacimiento celtíbero-romano de Tiermes. Es de acceso libre, así que podéis consultarlo al completo en esta dirección, aquí sólo destacaré lo referente al Graderío Rupestre.
El graderío es una serie de escalones escavados en la maleable roca de la zona. Se encuentra fuera de lo que habría sido el recinto fortificado de la ciudad, junto a la Puerta del Sol, donde los celtas ya celebraban los ancestrales ritos de las uvas y las campanadas (bueno, aquí igual exagero un poquito) junto al Manzanares. Como apunta el artículo, se han atribuido múltiples funciones a esta edificación: “anfiteatro, teatro, templo celtíbero, lugar de sacrificios, exhibición de cadáveres…” pero nada ha quedado del todo claro pese a las distintas campañas de excavación efectuadas in situ con las consecuentes catas arqueológicas. Todo parece indicar, apunta la autora, a que el espacio tuviera una múltiple funcionalidad, ”ante la ausencia de otros edificios de espectáculos de tipología romana, la necesidad de amplios espacios de ámbito público demandó en Tiermes la existencia de este tipo de espacio a la manera de un campus, funcionalidad ligada al desarrollo de juegos y deportes o para otras actividades lúdicas y de esparcimiento necesitadas de áreas amplias al aire libre, de las que no se excluyen aquellas conectadas con rituales religiosos. (…) [aunque] la única base cierta es que se trata de un edificio público, destinado a albergar a un número de personas, pero no se tiene definido su uso.”

Matías Cruz, Joanna. “Yacimiento celtíbero-romano de Tiermes (I)” en Nonnullus. Revista de Historia nº2. Enero-Abril 2008, pp. 11-26

El escabeche

El escabeche

Pero claro, no todas las liebres iban a ser tan listas, y alguna acabó en la cazuela. Ahí va la receta del escabeche, válida para pollo, conejo, liebre, perdiz o codorniz, según gusto y temporada. Hay quien escabecha también el cerdo, pero como el escabeche es un guiso, pero también un método de conserva muy bueno, y la carne de cerdo tiene ya muchos otros medios para durar el invierno, pues en casa no se hacía.

Trocear la pieza y poner los pedazos sobre el fondo de la olla.
Cubrirlos con dos porciones de aceite por una de vinagre (blanco).
Añadir 2 dientes de ajo enteros.
2 hojas de laurel.
Y de granos de pimienta, una cucharada sopera.
Cocerlo todo a fuego lento durante 15 minutos (tiempo para olla exprés, ojo)
Dejarlo enfriar y comérselo, que para eso se hizo, y no para mirarlo.

Buen provecho.

Cartuchos - y IV

Cartuchos - y IV

Claro que no sólo los cazadores y sus hijas tienen en herencia sangre pícara, que también las liebres han aprendido a base de disgustos, y ésta de la que ahora hablo, seguro que tenía alguna cuenta pendiente con Santiago. Andaba la escopeta jubilada en algún rincón de la cámara, estaba el matrimonio tomando un vermut con mis padres en el chiringuito de Manolo, allá sobre la nada que envuelve las ruinas de Tiermes. Pegaba el sol y andaban charlando en las mesas de afuera, cuando una liebre salió de entre los matorrales para quedarse mirando a Santiago. Eran demasiados años de correrías por el campo como para quedarse igual, así que se levantó y abandonó a los presentes.
- ¿Dónde vas, Santiago?
- Y yo qué sé. ¿Tú has visto cómo me está mirando?
La liebre, tonta ella, dio media vuelta y se alejó unos pasos. Ya Santiago iba a volverse cuando la vio de nuevo parada moviendo los bigotes como diciendo ¡Estoy aquí! El instinto le volvió a marcar los pasos. Dio uno, dio dos, y la liebre brincó de nuevo. La persecución duró un buen rato. Desde la mesa mis padres y Victorina lo veían alejarse entre los matorrales mientras su cerveza se iba calentando al sol. La liebre jugaba con él dejando que se le acercara lo justo para que se quedase después con la miel en los labios. Al final lo dejó marchar, la liebre a mi tío, quiero decir. Parece que sacó un reloj del bolsillo y se dio cuenta de que era muy tarde, tenía una cita con Alicia y claro, no podía faltar.

Cartuchos - III

Cartuchos - III

A semejanza de las Normas de Caballería, los cazadores tenían su propio código de conducta. No se podía cazar en época de celo, ni en época de cría. Tampoco se podía utilizar la estrategia de la espera, es decir, aguardar el regreso de la presa junto a la guarida descubierta. Por último, para no jugar con ventaja, no se podía salir de caza cuando la nieve había hecho acto de presencia denunciando con su impronta el rastro de cualquier bicho viviente. Aún así, los buenos cazadores tienen un poco de caballero y otro poco de pícaros, y me explicaba mi padre que más de una y de dos veces, tuvo que correr a esconderse con Santiago ante la llegada poco oportuna de los agentes rurales.
La fascinación por la caza no sólo hechizaba los ojos de los niños, aunque Raquel, la hija de Santiago y Victorina, no era cualquier niña, era la Pipi Calzaslargas de la familia. Antes de que tuviera perros ni coche, Santiago salía de casa con lo puesto, escopeta al hombro y camina que caminarás hasta donde le llevaran sus largos pasos de montaraz. En una de éstas Raquel, que andaría por los 4 años, salió de casa siguiéndole a distancia. ¿Dónde córcholis iba su padre desentendiéndose de ella? Así anduvieron 3 kilómetros, porque la pioja no dijo ni mu, consciente debajo de su pelambrera de que si era descubierta aún le llovería un broncazo. Así llegaron hasta la mojonera de Liceras, cuando Santiago se giró pensando que el ruido entre las zarzas era una perdiz que había levantado, y descubrió que no, que la que se había levantando era su hija, hija que aquel día escuchó las blasfemias más gordas de su vida.

Cartuchos - II

Cartuchos - II

Entonces y todavía ahora tengo mis recelos con la caza. No acabo de verle la gracia a eso de disparar contra un bicho inocente, aunque reconozco que cuando compro en el mercado estoy pagando para que otro haga el trabajo sucio. En todo caso está claro que no tengo la sangre fría del matarife, una vez pesqué un sardo, y de sólo mirarlo enganchado al anzuelo estuve una semana entera comiendo verdura. Pero ese es otro tema. A mí, más que la caza me gustaba el campeonato de tiro.
Por un día veías a los adultos compitiendo entre ellos como si fueran niños: ¡Plato! La máquina soltaba un latigazo y el disco aparecía cortando el cielo. Un disparo tronaba y el disco, hecho añicos, se deshacía en el aire. Nadie salía mal parado, y cuando el concurso acababa el campo era nuestro. El tiro al plato, como la tanguilla o el campeonato de guiñote, se celebraba en fiestas, así que el campo ya estaba segado y podíamos correr entre los surcos de los tractores sin que nos cayeran un par de sopapos. Parecíamos auténticos espigadores cuyo tesoro no lo constituía los restos olvidados de la cosecha, sino los discos que se habían salvado de los disparos y del impacto contra el suelo.
En verdad se salvaban pocos, porque los discos, que parecían platos por lo cóncavos, eran frágiles y negros como la pizarra. Si encontrábamos alguno entero jugábamos a la rana lanzándolo a las aguas tranquilas de nuestro mar de cebada. Con los cartuchos hacíamos colección. Sus colores nos hipnotizaban con la seducción que sólo tienen las cosas prohibidas de los mayores, y los escondíamos entre las piedras de un muro venido abajo, junto a un paquete de cigarrillos y las páginas arrancadas de algún interviú de los 80.

Cartuchos

Cartuchos

Mi tío Santiago era herrero, como su padre, pero yo no lo conocí en la fragua. Cuando yo nací la fragua ya era un negocio desahuciado, los dos únicos mulos del pueblo, el del Román y el del Leandro, cargaban sin herrajes, y sin herrajes soportaban nuestras diabluras. Pese a que la fragua servía de peña en las fiestas, o de almacén para el ayuntamiento, Santiago seguía siendo el Herrero, un mote no se deshace así como así, y menos si se ha forjado al fuego. Aunque también podrían haberle llamado el Cazador. La primera imagen que de él tengo es con la escopeta al hombro, un cinturón del que cuelgan docenas de codornices, y una jauría de chuchos saltando en derredor suyo.
Le gustaba madrugar, cosa que yo no entendía porque los animales, a mi entender, no tenían que ir a misa, por lo que estarían todo el día alborotando por el campo. Pero parecía que no. Solía montar las batidas con su hermano Alfredo. Los perros, que olían la salida de lejos, como olfateando la presa, se ponían nerviosos la noche antes y se les oía ladrar agitados en la parte de atrás de la casa, donde antes se guardaba el ganado. Por la noche Victorina preparaba las fiambreras y Santiago limpiaba la escopeta. A mí me encantaba espiarle mientras rellenaba los huecos de su cinturón con cartuchos de colores. No me atrevía a pedírselos, pero él sabía que se me encendían los ojos con aquellos juguetes prohibidos, y de vuelta siempre me traía un puñado que estaban vacíos. No era lo mismo, pero bien estaba.

Barquillos

Barquillos

Atravesamos Sol para llegarnos hasta Callao y de ahí a San Bernardo. Enfilábamos por la calle menos transitada para evitar la multitud de Preciados, cuando una melodía balcánica sedujo el oído de José, amante incondicional de Kustorica. Volvimos sobre nuestros pasos y nos internamos entre el gentío para disfrutar de una orquesta callejera: violonchelo, acordeón y ocho o nueve instrumentos de viento insuflados de vida por unas bocas risueñas y desdentadas. Cuando acabaron y ya nos íbamos descubrimos otro vividor de la calle, un truhán la mar de divertido que ataviado de cheli madrileño, vendía barquillos.
En la romería de Tiermes los paisanos de toda la comarca se acercaban a la ermita con manteles y cestas para hacer una comida campestre. Emiliano, el del estanco, tenía alquilado un puesto en los soportales y allá vendía a los romeros lo que se hubieran olvidado, pero también venían vendedores ambulantes, que por la novedad eran los que llevaban la voz cantante.
- ¡Barquillos de canela y miel, que son buenos para la piel! ¡Barquillos con una pizca de vainilla, que hacen cosquillas!
El barquillero llevaba su mercancía en una especie de bombona metálica para proteger de los golpes a sus frágiles barquillos. Podías comprarlos, me cuenta mi padre, pero también podías tentar la suerte. Sobre la bombona había un volante, una rueda de la fortuna donde estaban marcados los números, del 0 al 9. Pagabas dos reales, le dabas a la rueda y la suerte estaba echada. ¿Un barquillo, siete, ninguno..?
El típico barquillero madrileño resultó ser de cualquier lugar menos de Madrid, tal vez paisano de los de la orquesta, pero había imitado a la perfección el acento madrileño y su desparpajo. Nos echamos unas risas mientras nos explicaba el funcionamiento de la ruleta entre chascarillos imposibles de reproducir por su frescura, y le acabamos comprando unos cuantos, claro, para llevarle a mis padres y para nuestra merienda.

Abraza la Tierra - y III

Abraza la Tierra - y III

Abraza la Tierra - II

Abraza la Tierra - II

Por azares de los abrazos el ojo de Soria comentaba hace unos días la película "El viaje inverso" de la que en su momento también nos llegó el eco por estos pagos. Lo que se me había pasado desapercibido era que Abraza la Tierra había sido una de las mecenas del proyecto, motivo añadido para aplaudir su trabajo, sobretodo cuando lees titulares como "Se vende pueblo" que también recogía el Ojo de el blog pueblos abandonados, una página dedicada a inventariar con rigor el censo de los pueblos abandonados de España, o en proceso de serlo. Una lista en la que uno desea no conocer a los censados, ni que te toquen de cerca. Aunque alguno habrá, porque mirando el mapa que adjunta el autor del blog, a uno se le parte el alma cuando ve la profusión de estos pueblos echados a perder en las provincias de Segovia, Guadalajara y, cómo no, Soria.
Acertadamente Lima comentaba que sobre la despoblación, ningún político ha hecho ofertas de esas con las que se les llena la boca en los tiempos que corren.

Abraza la Tierra

Abraza la Tierra

Como surgido del Libro de los abrazos, Ricardo Soriano, que pese el apellido, es de Albacete, me pasó la dirección de Abraza la Tierra, y de paso el guiño cómplice de alguien que, como yo, alberga el sueño, difuso, pero sueño al fin y al cabo, de abrazar la tierra, los árboles y la vida fuera de las grandes ciudades.
La Asociación pretende dar respuesta al grave problema de la despoblación en el medio rural, y entre sus objetivos están el de crear una red de oficinas locales que asesoren al nuevo poblador e inventariar los recursos de las zonas a estudio.
Tienen 15 proyectos en funcionamiento ubicados en las dos Castillas, Aragón, Cantabria y Madrid, y cuatro de ellas están en Soria: Almazán, Abejar, San Estebany Ágreda.

El becerro de oro y la bañera de bronce - VII

El becerro de oro y la bañera de bronce - VII

"La leyenda del "becerro de oro" retoma la imagen del ídolo del Antiguo Testamento y la aplica al mito del deseado oro de Tiermes. Esta leyenda, totalmente moderna, es conocida por los habitantes actuales de la comarca, que desconocen en cambio su reciente origen. Incluso, algunos la creen en parte. También es muy reciente (de los años 1930) la leyenda de la “bañera” de oro o bronce encontrada por el arqueólogo Blas Taracena mientras excavaba acompañada de su joven hija y un grupo de obreros de la zona. Según se cuenta, nada más apreciar Taracena el valor (se supone que monetario) de su descubrimiento, dio el día libre a sus obreros y quedó a solas con su hija junto al hallazgo. Naturalmente, al día siguiente el valioso objeto había desaparecido y los obreros no volvieron a ver “la bañera”, de la que Taracena nunca habló a nadie. Esta historia indica que para muchos lugareños de principios de siglo la labor de los arqueólogos era no documentar el yacimiento sino apoderarse de tesoros, de los que Tiermes estaban seguros rebosaba en sus entrañas."

Extraído de Gentes de Tiermes

Tesoros imposibles - VI

Tesoros imposibles - VI

"En 1888, Nicolás Rabal cuenta que los naturales de la zona creían que la "plaza de armas del castillo" (el Castellum Aquae) albergaba encerrados "inmensos tesoros", sucediendo que "unos vecinos de Berlanga de Duero emprendieron este invierno la exploración en busca de los supuestos tesoros" siguiendo la dirección del acueducto (el túnel, caño o boquerón) y sus claraboyas. Afortunadamente para la integridad de las ruinas, las exploraciones demostraron pronto ser inútiles y no llevar a ninguna parte, por lo que los vecinos desistieron. Con el hallazgo a fines del siglo XIX de las llamadas pateras de Segovia, dos cazos de plata labrada con inscripciones depositadas hoy en la Hispanic Society de Nueva York, y del hallazgo repetido a los pocos años y en el mismo lugar de otras dos nuevas pateras (hoy extraviadas) la ambición de los lugareños convirtió Tiermes por unos años en lugar de peregrinación y expolio. Según Rabal, durante una larga temporada todo el mundo se dedicó a realizar hoyos y excavaciones a lo largo de los restos de la ciudad. "Aquellas buenas gentes no dejaban piedra sobre piedra y destruían todo cuanto encontraban a su paso como no fuera un objeto de plata u oro". "Despertose ... de tal modo la codicia de los naturales que todos, hasta el viejo Santero de Ntra. Sra. de Tiermes, se dieron a arañar la tierra sin dejar un palmo", y el hallazgo de 11 anillos de oro con piedras preciosas grabadas alentó aún más a los excavadores, sobre todo cuando unos vecinos de Sotillos hallaron 11 monedas de oro y 97 de plata. "Fortuna ha sido que estos labradores ... no hayan tenido constancia... de otro modo este invierno pasado hubieran acabado para siempre las ruinas de Termancia ". Rabal cuenta que en una vivienda descubierta en 1886 había "un pavimento de grandes baldosas de mármol "pulimentadas en la parte superior" y las paredes "estaban revestidas" de "pintura con adorno y figura", pero el labrador, en "despecho de no haber encontrado una olla de dinero o algún objeto de plata u oro" lo deshizo todo. Sentenach alude en 1911 a la fantasía de los lugareños que "les hace soñar con deslumbradores descubrimientos". "Consérvase entre ellos memorias de algunos muy notables, de tesoros riquísimos que fueron llevados en noche célebre por unos del Burgo de Osma, tan bien informados que no tuvieron más que cavar en determinado sitio para dar con tanta riqueza, abandonando hasta la cena preparada por no perder un momento en alejarse de allí, logrado su objeto ". En resumen, los “tesoros” hallados en Tiermes a finales del siglo XIX y la ambición popular han estado a punto de causar la demolición de los restos de la ciudad. Mucho vestigios seguramente se han deteriorado o perdido para siempre en el transcurso de las búsquedas "de tesoros" y "dineros" por los lugareños y por personas llegadas ex profeso desde otros lugares.”

Extraído de Gentes de Tiermes

Una de rosquillas

Una de rosquillas

3 huevos
2 tazas de azúcar
1 vaso pequeño con aceite de oliva
2 tazas de leche o 2 yogures naturales
la rayadura de la piel de un limón (o en su defecto, emplear yogures con gusto a limón)
casi un kilo de harina
3 sobres de levadura

Mezclar los condimentos uno a uno en el orden de la lista: primero batir los huevos, luego añadir el azúcar (mezclar), ponerle el aciete (mezclar)... La harina hay que echarla poco a poco y a través de un colador para que se mezcle mejor. A medio paquete añadir la levadura y seguir con la harina. Para amasar bien la masa conviene huntarse las manos con un poquito de aceite, y al acabar, se ha de dejar reposar de 2 a 3 horas.

Para darle forma a las rosquillas se puede hacer un churro y unirlo luego, o bien hacer una bolita y hacerle un agujero, va por gustos. El acetie (un litro más o menos) no debe estar ni muy frío ni muy caliente, y la sartén ha de ser honda. La rosquilla se ahuecará y una vez que coja esponjosidad y buen color de piel, la sacaremos con la ayuda de 2 tenedores o de una cucharrena. Para que pierda un poco de aceite va bien poner una servilleta de papel en la fuente que se lo absorva. ¡Ah! Y el azúcar se ha de espolvorear antes de que se enfríen.

Tres vueltas al pueblo en trote ligero son suficientes para quemar semejante fuente de calorías.

Buen provecho!!!

ps: en esta dirección hay unas fotos ilustrativas. en esta receta le añaden anís, que no está nada mal, claro que no: http://www.mirecetario.es/pages/recetas_autor/rosquillas_fritas_julia.htm